El viento que agita los cerezos.
“El amargo té del General Yen” es una película de amor, un melodrama. Pero también es una película de iniciación.
Partimos de la imposibilidad de unión entre un hombre y una mujer, rasgo fundamental del género. Y esta imposibilidad se despliega en el límite de los dos espacios que el maestro Ángel Faretta describe en el género: el aquende y el allende. Descubrámoslos.
La acción se ubica en China, poco después de la Primera Guerra Mundial y en medio de la guerra civil que fue parte de la caída del último Emperador. Estamos en un momento en el cual los señores feudales se hacen llamar generales y tienen unos pequeños pero fortificados ejércitos, los generales se disputan tierras y ciudades en pos de reordenar la estructura política y económica del país. El General Yen del título es uno de estos generales, uno muy poderoso.
¿Cómo definir un aquende en medio de una guerra civil? Entramos por la cálida y acogedora puerta de la casa de unos buenos misioneros norteamericanos, provenientes de Nueva Inglaterra, misioneros protestantes, claro está. Puritanos y muy trabajadores que se han ocupado de hacer un orfanato, una escuela y de enseñarles música a los no civilizados, a los salvajes chinos. A ésta casa llega Megan (la increíble Bárbara Stanwyck) para casarse con el buen Dr. Strike.
Veamos en este punto varios elementos que la puesta en escena nos presta para catapultarnos luego al viaje iniciático, transformador y romántico que hará Megan. Antes de llegar a la casa en donde se encontrará con su prometido al que hace tres años que no ve (¡!) tiene un primer y desafortunado encuentro con el General Yen. Ella desconoce a su interlocutor que ha atropellado al hombre que tracciona el rickshaw que la lleva a los brazos de Strike. Sorprendida se acerca al General pidiéndole que se haga cargo y ayude a ése hombre. Aclaremos, Yen viaja en un automóvil. El automóvil es un signo de civilidad para Megan aunque no lo diga explícitamente. El automóvil es símbolo de ésa América productiva, la producción en cadena, la fábrica de Occidente. Es decir, el general Yen no viaja en el rudimentario y salvaje carrito a tracción humana. Viaja en automóvil traído de la civilización.
No sólo el automóvil es signo de la civilidad de Yen bajo los ojos de Megan. Yen tiene un aura caballeresca, es gentil, habla inglés y francés además de chino. Este primer encuentro anticipa el sino trágico que Yen hace patente ante la inminente muerte del hombre que tiraba del carro: “La vida, incluso en el mejor de los casos, es difícil de aguantar”, le dice a Megan mientras que de su frente pende un hilo de sangre.
Megan (mega, ella es enorme, porque es una mujer valiente, con amplias capacidades de re leer el mundo, de acuerdo a como lo va y se lo van descubriendo) queda impresionada con el general Yen. Hay algo que la inquieta y así se lo hace saber a la mujer misionera que la prepara para la boda, o como dice la misionera “para el sacrificio”. Evidentemente anticipando que para que surja la nueva Megan, ésa que nace al final, ésta Megan debe morir. Esto a nivel simbólico; a nivel de relato el que finalmente se sacrifica es Yen, para poder liberar a la mujer amada, a ésa Megan que ahora entiende el mundo de manera diferente.
Esta inquietud que ha sido sembrada en Megan funciona como llave para el ingreso al alter mundus en el que reina el general Yen. Además de la inquietud de Megan hay un pedazo de papel, un salvoconducto que también es una llave. Strike no puede casarse con Megan porque debe ir al rescate de unos huérfanos que dependen de los misioneros y están en medio de la línea de fuego. Megan, sin dudar, decide acompañar a su prometido en la aventura. Strike acude al general Yen pidiéndole un salvoconducto que ayude a sacar sanos y salvos a los niños, pero Yen le juega un chiste que será la llave definitiva de Megan. El falso pase dice en chino: “Este tonto prefiere la guerra civil a los brazos de su amada novia”. Strike no entiende el idioma chino, hecho que define la tarea misionera. Vienen a civilizar, a enseñar inglés, a escolarizar, pero el idioma chino una vez más representa lo bárbaro. Tampoco entiende la importancia de la mujer, que completa y equilibra la existencia del hombre. Podríamos pensar quién es más ignorante aquí.
El pase a Strike no le sirve, los soldados chinos se ríen en su cara ya que ellos sí saben de la importancia de la mujer amada, los veremos bajo el hechizo de la luna recibiendo a sus mujeres en el palacio de Yen. Finalmente el pase queda en manos de Megan que en el intento de escape cae desmayada y es rescatada por Yen, quien la recuerda e identifica gracias al pase como a la prometida de su enemigo. Strike es el misionero que le puede traer problemas.
Megan se despierta en el tren del General. El tren viaja hacia el otro lado, hacia el alter mundus, al palacio de Yen. Como en Drácula, el viaje hacia el allende es el tren, y no es el único punto en común. Yen es un vampiro, no de manera literal, no tiene colmillos y chupa sangre, pero vampiriza a quienes están a su alrededor. Es seductor, atento, hace regalos ostentosos. Su concepción acerca de la vida y de la muerte, su entendimiento del mundo en relación a la historia, a sus antepasados y a los mitos fundantes de su amada China, lo vuelven un ser irresistible. Aún para la propia Megan, que ve desbaratados sus propios ideales misioneros frente a la forma en la que Yen concibe el bien y el mal.
Megan llega al palacio de verano de Yen, rechazando las atenciones de su anfitrión. Pero a pesar de su resistencia en vigilia, no puede evitar que el general se le meta en sueños. Megan sueña que un vampírico Yen con túnica, uñas largas y colmillos irrumpe en la habitación y la arroja en la cama para poseerla, pero es rescatada a tiempo por un justiciero enmascarado. Es fácil pensar que ese elegante enmascarado de pantalones blancos, saco oscuro y sombrero Panamá, es el bueno de Strike. Al caer el antifaz, descubrimos que es Yen (en su versión occidental) a quien Megan recibe entre sus brazos y besa apasionadamente. Es aquí cuando recordamos como una joven misionera se ruborizaba en el comienzo de la película imaginando el inminente primer beso de los futuros esposos, beso que nunca se concreta.
Una vez más, el mitologema del doble. Esa duplicidad es la que hechiza a Megan. Las dos máscaras de Yen: el vampiro que proviene del alter mundus, de lo otro, lo oriental, lo desconocido y el caballero enmascarado que se construye en el sueño de Megan gracias a ésos usos de lo occidental civilizado que hace Yen. Ese hombre que conoce los relatos míticos que sostienen las tradiciones y las formas de su pueblo, que sabe que las mujeres son los cerezos y los cerezos las mujeres, que entiende lo sagrado de la luna (una vez más lo femenino); es también el demonio que la tiene cautiva, que no duda en fusilar a sus prisioneros (aunque sea para salvarlos de la hambruna), y el que mantiene una amante y mujer servil llamada Mah Li a la que sienta en su mesa en un nivel más bajo.
Esta es la entrada definitiva en ése otro lado. Ángel Faretta dice: “En el melodrama el allende es el cabaret, night club, bôite o centro de diversión nocturna. Aquí lo es, puesto que tal allende es algo todavía no fijo; es un algo indeterminado entre uno y otro mundo. Es decir lo nocturno, festivo, orgiástico, no se ha desprendido o diferenciado del todo (como en el fantástico) del mundo del más acá y del aquende. Participa todavía de ambos. Es en parte público y en parte privado, es un lugar visible, aunque algo camuflado, fuera de lugar o de extramuros pero con una ritualidad (danza, bebidas, juegos de azar) que no se determina ni se representa como alteridad polar, como en el fantástico.”
Aquí el palacio de verano –nótese que desde la alusión a la estación del año, el verano es tiempo de fiesta, de apareamiento, de florecimiento, de madurez, de calor- es ése cabaret, el espacio festivo, en dónde la vida y la muerte, la pasión y el juego habitan entre los seres de la corte. En donde las tareas públicas: lo militar, lo económico y político conviven con los actos privados. Jones, el norteamericano consejero financiero de Yen, le señala constantemente que no pierda su rumbo y descuide los planes militares y políticos por la mujer blanca.
El personaje de Mah Li es fundamental a la trama, porque es la amante que traiciona, que pasa información al otro bando y que determina la caída final de Yen. Pero también es la que define la conversión definitiva de Megan y la rendición a los pies de Yen. Cuando Megan implora con sus argumentos misioneros a Yen para que no asesine a Mah Li por traición, argumenta que debemos aprender a perdonar y que Mah Li va a corregir su daño. Yen descree de esos argumentos pero aun asi acepta perdonarla bajo la condición de que Megan responda con su vida por los actos de Mah Li.
Megan fracasa, Mah Li da la estocada final y el mundo de Yen se desploma, pero a él no le importa: Megan es suya. La ha conquistado, como se conquista un imperio y así se lo dice al financista Jones: “La conquista de una provincia o la conquista de una mujer… ¿Cuál es la diferencia?”.
Mah Li es la mujer despojada, Yen la despoja literalmente de unos anillos que son del agrado de Megan, aunque ella los rechaza por el gesto tiránico de Yen respecto a su amante. En simetría Megan se despoja de su anillo de compromiso dándoselo a Mah Li en forma de pago para que le envíe una carta a Strike, carta que no es enviada, otra traición de Ma Li. Asi Mah Li se construye como doble de Megan. Mah Li cumple en el tren la tarea de acomodar a Yen con su almohada y su manta. Megan ve en Mah Li sumisión y cansancio. Cuando Megan sobre el final acepta su amor y reverencia por Yen, quién no sólo es el hombre amado, sino un maestro que la ha iniciado en una visión cosmogónica del mundo, ella repite las acciones de Mah Li. Pero esta vez con ceremonia, como si fuera parte de un rito que la liga con lo sagrado.
Para el general Yen conquistar a Megan significa vencer a los misioneros que no entienden y son ajenos a ése otro orden. Un orden milenario, con antepasados y con un entendimiento entre el hombre y lo sagrado totalmente ajeno a los misioneros. Pero también es tener un amor imposible, una mujer de otro mundo incapaz de traicionarlo pero que tampoco podrá serle sumisa. Megan llora sobre la falda de Yen y éste entiende que debe liberarla. Ella ya no se casará con Strike, pero tampoco puede condenarla a vivir en ese palacio. Megan ya no pertenece ni a uno ni a otro hombre, ni a uno ni a otro mundo. Ella es ahora otra y por eso llora.
En la escena final Megan viaja en silencio en la cubierta de un barco, es de día y el viento le sopla en la cara. Jones borracho añora la presencia del General Yen y le habla a Megan que apenas sonríe: “Yen estaba loco. Decía que realmente nunca morimos. Sólo cambiamos. Estaba loco por los cerezos. Quizá él ahora es un cerezo. Quizá él es el viento que empuja estas velas…”