La serie de History Channel creada por Michael Hirst estrenó la primera parte de su sexta y última temporada. En estos primeros 10 episodios los hijos de Ragnar se disputan el dominio de Escandinavia con el agregado de un nuevo y poderoso jugador: El Príncipe Oleg de Rus.
Después de la muerte de Ragnar Lodbrok en la cuarta temporada, la narrativa de Vikingos se centró -a grandes rasgos- en la guerra civil de sus hijos y Lagertha para hacerse con el poder en Kattegat. A partir de allí, se produjeron un sin fin de derrocamientos, conspiraciones, traiciones y batallas sangrientas que fueron modificando las relaciones de poder en este recóndito reino nórdico.
En este epílogo -que estrenará su segunda parte a fines de 2020- nos encontramos con Bjorn como Rey de Kattegat luego de vencer a Ivar en la sangrienta batalla transcurrida sobre el final de la temporada anterior. El primer hijo de Ragnar afronta el desafío de convertir a Kattegat en un puerto comercial desarrollado y al mismo tiempo intenta diferenciarse de la crueldad y tiranía de su hermano, gobernando con justicia y sabiduría. No obstante, el panorama se empieza a complicar cuando se entera que Ivar sobrevivió y se encuentra aconsejando al Príncipe Oleg de Rus, quien tiene intenciones de invadir Escandinavia con su poderoso ejército.
Entre tanto, Lagertha quiere largar todo y ponerse una granja para vivir en paz sus últimos años de vida, encontramos a un Hvitserk traumado y atormentado por el fantasma de Ivar, y Ubbe y Torvi quieren irse a explorar nuevos horizontes al Oeste de Islandia (se supone que los Vikingos poblaron algunas tierras en América del Norte 5 siglos antes de la llegada de los españoles).
La nueva temporada expone y mantiene todos los elementos que hicieron tan popular a esta serie allá por el año 2013 (batallas espectacularmente filmadas, rasgos socioculturales de la cultura Vikinga, intrigas políticas, traiciones, etc.). Sin embargo, también se percibe el desgaste de tantos años en pantalla, y por momentos los tópicos y situaciones abordadas se vuelven redundantes.
Es como cuando damos vuelta el panqueque en la sartén: la primera vez está todo bien porque falta una de las caras por tostar, pero ya a la tercera vez que lo damos vuelta ambas caras del susodicho están totalmente quemadas. Ya perdimos la cuenta de cuántas veces cambió de manos el poder en Kattegat: primero Aslaug, luego Lagertha, después Ivar, ahora Bjorn. Los regentes cambian pero la historia no avanza en su desarrollo porque a grandes rasgos siempre gira alrededor de lo mismo.
Lo mismo sucede con los personajes, que se traicionaron mil veces entre sí y ya no se sabe cuáles son las motivaciones, la lógica o los códigos que guían su comportamiento. Un gran ejemplo de esto son los personajes de Hvitserk y Harald, que de tanto cambiar de bando a esta altura deambulan perdidos por la serie, sin mantener una coherencia básica en sus actos, pensamientos o sentimientos.
Quizás esta redundancia narrativa también esté acentuada por la duración excesiva de cada temporada: 20 capítulos de 50 minutos cada uno. En este sentido, se trata de una cantidad desproporcionada que genera un estiramiento innecesario de los conflictos y situaciones planteadas desde el guión.
Aún pese a lo anterior, Vikings sigue siendo una serie muy disfrutable que mantiene la tensión y el interés, así como también un piso de calidad visual muy destacable, gracias a su excelente dirección de arte, fotografía y banda sonora.
Este drama histórico que nos regaló tantos momentos memorables (y más de una enseñanza sobre los ritos y tradiciones de la cultura Vikinga) comienza a desandar sus pasos finales en una temporada con algunos puntos flojos pero también con importantes sorpresas, giros, muertes y varios interrogantes de cara a lo que será su cierre a fines de 2020.
Por Juan Ventura