La traición siempre duele porque viene de adentro
La vida del espia durante la guerra fría debe haber sido, sin dudas, una de las más duras. El hecho de actuar en TODO momento, la capacidad de generar diferentes personajes y, sobre todo, la necesidad de mentir con cargos gubernamentales ficticios, pero importantes, son características muy atrapantes para cualquier ficción. The Americans (2013 -), serie de la cadena FX; no sólo sabe jugar con eso y con el contexto, sino que suma dramatismo con una sutileza impactante.
Para los que no conocen la serie, Phillip (Matthew Rhys) y Elizabeth Jennings (Keri Russell), son un matrimonio que vive en los suburbios de Washington DC junto a sus dos hijos. Las apariencias engañan, y lo que parece la clásica familia americana, en realidad se trata de dos espías rusos de una sección especial de la KGB que realizan operaciones ilegales en suelo norteamericano. En el primer episodio de la primera temporada conocen a un nuevo vecino, Stan Beeman (Noah Emmerich), un agente del FBI que se hace íntimo amigo de la familia.
Cada año que pasa la trama se complejiza, toma pequeños cabos sueltos que terminan teniendo una trascendencia determinante para la temporada, y a largo plazo para la serie. Lo que no es un problema hoy, es probable que en un futuro lo sea; lo que parece importante, es posible que se diluya. Al momento, han transcurrido tres temporadas y ni siquiera hubo una indirecta para que Beeman se convierta en lo que fue Hank para Walter White en Breaking Bad (2008-2013). Por eso The Americans tiene mucho potencial para explotar el dramatismo de la mejor forma.
La serie atrapa en todo momento pero de una forma distinta a la habitual en este tipo de historias. No necesita espectaculares dosis de acción o grandiosas operaciones encubiertas -que las hay- sino que la tensión es la principal protagonista. La vida del espía es el centro, no sus trabajos. Pero es la tensión la que acapara todo en la vida de Phillip y Elizabeth, y también en la de Beeman, en la de los agentes secundarios de la KGB como Oleg (Costa Ronin) o de Nina (Annet Mahendru). Y la curva de esa tensión está en ascenso, porque los eslabones más flojos de la cadena se están abriendo muy lentamente, y están cerca de desprenderse del todo.
Nada es para siempre
Aquí comienzan los spoilers de la tercera temporada, aunque intentaremos no develar demasiado.
Lo peor para un padre espía es tener una hija adolescente. La sangre tira, pero la rebeldía propia de la edad en Paige Jennings (Holly Taylor) ya se convirtió en un papel bastante odiable. Su actuación estuvo muy bien lograda, pareció la cruza perfecta entre Meg Griffin y Lisa Simpson, con el rol de niña políticamente correcta. Pero la desesperación por encontrar una respuesta a su vida y la humanidad que compra desde la religión y la Norteamérica de Reagan, terminan de ubicarla en una posición poco bondadosa.
Paige sufre, pero a pesar de ser bastante chocante la información que recibe sobre su familia, su dilema parece un tanto caprichoso. Si bien es cierto que la adolescencia no la ayuda a descifrar lo que sucede y la lleva a ser impulsiva, es difícil sentir empatía por su personaje.
Por otro lado, las dudas de Phillip y Elizabeth, sobre hasta que punto arriesgarse, que están en el tapete desde el primer capítulo de la serie, son cada vez más profundas. La central (KGB) lo único que hace es presionar más. Las misiones generan un compromiso cada vez más íntimo con sus objetivos para sacarle información, sin embargo cada pedido de los protagonistas hacia ellos es considerado como un sacrificio imposible de cumplir. En definitiva, ahí radican las dudas de ambos. Phillip es el principal afectado, al involucrarse en acciones más duras seduciendo a adolescentes y rompiendo cadáveres de gente con la cual trabajó para hacerlos entrar en una valija, pero Elizabeth también empieza a tambalear porque ahora están en juego la intimidad de su vida, y la seguridad de sus hijos.
La complicación de Nina (Annet Mahendru) queda en un segundo plano, pero no es posible subestimarla. Todavía se mantiene con vida, y es muy hábil para los intereses que la KGB requiere. Por lo tanto, puede ser que crezca su intervención desde otro frente.
Por el lado del FBI la información sigue llegando a cuenta gotas y cada vez que logran acercarse a los ilegales -rusos-, éstos terminaron alejándose un poco más. Pero la serie demuestra que en detalles se puede desmoronar todo. Por eso, no me extrañaría que decidan apurar algo que a fuego lento se está cocinando muy bien. Esperemos que no sea así.
El pichón está por entrar al gallinero
Una de las virtudes de The Americans es que la serie se esfuerza por mostrar la cara humana del espionaje y enfatizar que tanto los rusos como los norteamericanos fueron culpables de esa escalada en la que estaban inmersos. Pero a diferencia de las temporadas pasadas, quizás por los temas que decidieron tocar, los intereses políticos quedaron en un segundo plano, y los temas personales u operaciones más pequeñas tuvieron mayor preponderancia.
Esto hizo crecer a la serie porque, primero, se fortaleció con cuestiones intrínsecas de sus personajes y no con temas políticos más interesantes. Segundo, porque todavía queda mucho por esperar.
Esta temporada estuvo muy bien lograda. Se empezaron a ajustar ciertas tramas en muchos aspectos, que pueden generar problemas a futuro, y por ahora se ven difíciles de cerrar. La verdad empezó a abrirse y fue develada para varios personajes, por eso es posible que la justificación de lo que depare en la cuarta temporada se desarrolle de forma brusca y poco creíble, o por el contrario, puede ser muy excitante y peligrosa. Por eso es clave el futuro rol de personajes secundarios, como Marta (Alison Wright) y el pastor Tim (Kelly AuCoin), en lo que se vendrá.
Por Germán Morales