Cine

ESPECIAL WOODY ALLEN: La Rosa Purpura del Cairo (1985)

En ocasión del estreno local de Café Society (2016), continuamos con nuestro ESPECIAL WOODY ALLEN, en este caso, revisando y comentando La Rosa Púrpura Del Cairo.

Heaven

Comienzan los créditos iniciales. Se escucha la voz de Fred Astaire que dice “Heaven, I’m in heaven”. Para muchos, los momentos que pasamos en la oscuridad del cine son lo más cerca del cielo que estaremos, y ¿quién no ha querido alguna vez traspasar la pantalla para vivir en una película?

La Rosa Púrpura del Cairo (1985), es una respuesta posible a estas fantasías que muchos cinéfilos tenemos. Cecilia (Mia Farrow) trabaja como moza en un Diner en New Jersey, donde su jefe no la trata del todo bien. Su marido, Monk (Edward Herrmann) es violento y abusivo. Cecilia pasa largas horas en un cine cerca de su casa; el único lugar donde parece ser feliz. Allí, una semana programan La Rosa Púrpura del Cairo; ella queda tan fascinada que va a verla repetidas veces, hasta que un personaje de la película, Tom (Jeff Daniels) la ve y decide escapar de la película para fugarse con ella en el mundo real. Esto le traerá algunos problemas a la producción del film y especialmente a Gil Shepherd (también Jeff Daniels), el actor que interpreta a Tom. Gil irá hasta New Jersey, donde conocerá a Cecilia y se enamorará de ella, obligándola a elegir entre el actor (la realidad) y el personaje (la ficción).

Aunque no nos encontremos aquí con las típicas rupturas de la cuarta pared de Woody Allen hacia nosotros, esto sucede dentro de la diégesis. Entre ambos universos hay similitudes y contrastes. Que el film real y el film dentro del film tengan el mismo nombre contribuye a igualarlos, pero uno transcurre en la lujosa Nueva York y el otro en una New Jersey algo decadente. Por más que el marido de Cecilia le diga tantas veces que “ya va a ver lo que es el mundo real”, la mezcla es vital: es exactamente lo que nos sucede como espectadores. Cecilia va a ver una película sobre un arqueólogo que rompe su rutina y encuentra el amor, soñando hacer lo mismo; nosotros vamos a ver una película donde es posible entrar al universo del cine, deseando hacerlo nosotros también.

Algo a lo que no se puede escapar en el cine de Woody Allen es la neurosis; Cecilia quiere irse a vivir a una película y Tom quiere escaparse de ella: en el la película no tiene libertad y se ve obligado a repetir ad infinitum las mismas acciones guionadas. Pero cuando Cecilia se ve en la disyuntiva entre Tom y Gil, la libertad nos recuerda que ella también es falible.

La historia es de una aparente ingenuidad pero su final es inesperado, doloroso y rápido como una cachetada que devuelve a Cecilia a su lugar de espectadora y nos prepara para despertarnos del sueño en el que estábamos. Es el final inverso al de la más reciente Medianoche en Paris (2011); allí el personaje de Owen Wilson viajaba al pasado para darse cuenta que no hay posibilidad de felicidad en el escapismo y que incluso la época más perfecta, mirada con un poco más de cercanía, es imperfecta. Con ese aprendizaje, retornaba al presente para encontrarse con un nuevo y posible amor. Cecilia, en cambio, nunca deja de creer en las fantasías. Elige a Gil por ser real, lo cual parece ser lo más sensato y hasta “lo correcto”. Si pudo vivir toda la magia dentro de la pantalla, ¿qué impediría trasladar eso a su vida? Bueno, la realidad, donde los amores de rom-com no existen.

Quizás uno de los motivos por los que Woody tiene tantos adeptos en este país es porque nos muestra siempre la imposibilidad de una felicidad plena y duradera. El último plano, Cecilia sonriendo mientras mira Top Hat y volvemos a escuchar Cheek to cheek, nos da la esperanza de que al menos lo pleno lo hallemos en el cine.

Por Laura García Lombardi

Acerca del autor

Laura García Lombardi

Estudiante de dirección de Montaje en la ENERC. Colaboradora de la sección CINE.