Verdad, negación y muerte
“…I know things. And when I say we’re alone, we’re alone. Life is only on earth, and not for long.” (“…Sé cosas. Y cuando te digo que estamos solos, es porque estamos solos. Sólo existe vida en la Tierra…y no por mucho tiempo.”) Justine, Melancholia (Lars Von Trier, 2011)
A través de la historia del cine el fin del mundo se ha augurado de montones de formas. Epidemias mortales que diezman a la población, guerras mundiales que nos exterminan, fenómenos naturales tan violentos que terminan por extinguir toda la vida en la Tierra. Todos trágicos y abordados de manera similar: histeria, pánico masivo, desesperación. Millones de personas que intentan aferrarse a lo único que les queda, que es lo único que conocen y lo que más quieren preservar: sus vidas.
Pero los melancólicos encuentran esto tedioso. Aborrecen esta necesidad de vivir que tienen los demás porque su vida es un martirio y porque la melancolía que los aqueja la proyectan a todo aquello que los rodea. Por eso es que, para ellos, el mundo es un lugar sombrío y toda la vida en él no merece la pena. Por eso es que a los melancólicos, sólo la muerte les trae alivio.
“Life on Earth is evil. We don’t need to grieve for it.” Justine, Melancholia (“La vida en la Tierra es maligna. No hay necesidad de llorar por ella.”)
En Melancholia (2011), Lars Von Trier nos anticipa en los primeros ocho minutos de qué se tratará la película. Vemos la introducción como la obertura de una sinfonía, donde aparecen una novia intentando caminar hacia adelante pero unas ramas se le enredan en las piernas y no la dejan avanzar. Por otro lado, una madre con su hijo intentando atravesar un campo de golf pero se hunde en la tierra y no puede caminar y finalmente, un planeta azul (Melancholia) que choca a toda velocidad con la Tierra y la destruye.
Luego de esta trágica introducción, la película continúa dividida en dos partes, donde conocemos un poco más a estas dos mujeres que vemos luchando por sobrevivir.
En la primera parte, conocemos a Justine (interpretada por Kirsten Dunst) en el día de su casamiento. Pero no es cualquier casamiento, es el que cualquier novia soñaría, con la limusina, el vestido extravagante, el novio hermoso y la fiesta en una mansión gigante y fastuosa. Pero Justine no parece disfrutar nada de eso. Se la ve sonriente, sí, pero la suya es una alegría fingida, porque eso es lo que ella cree que debería hacerla feliz. Pero no lo hace. Aunque pareciera ir todo bien, en medio de la fiesta, su madre, quien curiosamente está vestida de azul -color muy similar al de Melancholia- decide dar un “discurso” en el que denosta el matrimonio y sostiene que es una completa mentira. A partir de este momento Justine echa por tierra su actuación y se rebela contra la tradición: se ausenta de la cena para ir a darse un baño, se duerme con su sobrino, se acuesta con otro hombre que no es su marido en el campo de golf, insulta a su jefe, etc.
En la segunda parte nos encontramos con Claire (Charlotte Gainsbourg), quien vive con su marido y su hijo en una mansión inmensa, con un parque hermoso. Claire le prepara la habitación a su hermana Justine, que se hospeda en su casa porque está “enferma”. De paso también nos enteramos que hay un planeta que estuvo escondido detrás del sol todo el tiempo, pero ahora sale de su órbita y avanza hacia la Tierra. El marido de Claire, John, le jura que ese planeta no los chocará, sino que pasará muy cerca, creando un espectáculo digno de ver. Pero Claire no termina de creerle y con cada día que pasa se pone más y más nerviosa. Por otro lado Justine, se toma el inminente colapso con muchísima tranquilidad. De hecho parece reponerse más y más a medida que Melancholia se acerca a la Tierra.
Como cualquier película de Lars Von Trier, Melancholia tiene muchas lecturas. Una de ellas es que habla de la verdad, cómo la enfrentamos y cómo la negamos. Y más aún, cómo negamos la verdad más difícil: la de la propia finitud. Saber que, irremediablemente, vinimos a este mundo para morir.
A través de la película vemos a estas dos hermanas lidiando con la verdad. La verdad representada por Melancholia, tanto para Justine como para Claire.
En la primera parte a Justine la verdad le pega como una cachetada. Una cachetada verbal que le da su madre, quien, vestida de Melancholia, viene a tirarle abajo a Justine la ilusión que parecer feliz e imitar la felicidad de los demás la hará realmente feliz. Justine no es feliz ni podrá serlo, porque, como su madre, sufre de melancolía y ésta es la enfermedad que se deja entrever en la segunda parte. Tal como decíamos en el inicio de esta nota, los melancólicos no disfrutan de su vida, porque nada nunca será como ellos querrían que fuera. Por eso es que al enfrentarse con su propia muerte, Justine no se vuelve loca ni eufórica como Claire, sino que se muestra serena y resignada. Para ella la vida no tiene sentido, es maligna y no merece la pena llorar por ella.
Por otro lado, está Claire, que viene a representarnos a todos nosotros. Todos somos Claire, frente a esta verdad gigante, inmensa y azul que se acerca a pasos agigantados a la Tierra y que es imposible de ignorar. Una verdad que amenaza con destruir todo lo conocido y contra la que no se puede hacer absolutamente nada. Claire (como haríamos todos) la niega, lucha contra ella, trata de escapar, de llevarse a su hijo para cubrirse, pero no puede hacer más que volver a su casa y esperar a que choque de lleno contra ella. Nunca acepta su propia extinción, ni siquiera en el mismísimo final, cuando Melancholia choca con la Tierra.
Melancholia no es una película típica de Lars Von Trier. No tiene los argumentos ni las escenas provocativas e impactantes a las que nos tiene acostumbrados, si no que es mucho más sutil e intrincada. No por esto es menos interesante: la psicología de los personajes y la belleza de las imágenes compensan por demás la falta de impacto. Una película para pensar, sentir y entregarse a la melancolía.
Por Mariana Van der Groef