Promediando nuestro ESPECIAL WOODY ALLEN, y partir del estreno local de Café Society (2016), hoy analizamos una de las obras más recientes del director neoyorkino: Match Point (2005)
El azar como fundamento
Como primera estación de la denominada gira europea de su extensa cinematografía, Match point (2005) resulta ahora la continuación de los grandes temas que Woody Allen siempre se dedicó explicar con su particular punto de vista. Los sentimientos ocultos, las inseguridades de pareja, el sexo como desencadenante y fin en sí mismo, la eterna neurosis del inconformista patológico que materializa el director neoyorkino, tanto desde la comedia y el drama, con la misma simplicidad y delicadeza que tiene para descifrar los sentimientos más complejos.
Partimos de un film lento, pausado, flemático como la misma sociedad aristocrática londinense que se representa en el argumento. Match point es la historia de Chris Wilton (Jonathan Rhys Meyers), un ex jugador de tenis que encuentra en la enseñanza de este deporte la manera más fácil de hacer frente a su retiro. Es este trabajo el que lo lleva a entablar una amistad con el acaudalado Tom Hewett (Matthew Goode), quien al enterarse de su gusto por la ópera lo termina invitando al palco familiar que tiene en el Teatro Real de Londres. Como si todo pareciera obra del destino, allí conocerá a Chloe (Emily Mortimer), la hermana de Tom, con la que terminará llevando un noviazgo y poco tiempo después un matrimonio.
Este ascenso social dentro de la familia Hewett no deja de ser un sueño para este joven deportista venido a menos y sus orígenes humildes en su Irlanda natal. De un momento a otro pasó de ser un tenista mediocre, a casarse con la hija de uno de los empresarios más ricos de Gran Bretaña. Sin embargo, la ordenada cabeza de Chris se ve sacudida rotundamente cuando conoce a Nola (Scarlett Johanson), la prometida de Tom, y la atracción entre ellos se hace irresistible a primera vista.
Los meses pasan y la vida del protagonista se torna cada vez más rutinaria en su relación con Chloe y como ejecutivo en la empresa de su suegro. Para colmo su mujer empieza a exigirle la necesidad biológica de tener hijos, influenciada por la multitud de embarazos de sus amigas y la presión social de formar una familia modelo. No obstante, este letargo desalentador se rompe cuando Tom y Nola se terminan separando, y es en ese momento cuando Chris puede al fin concretar el romance trunco que existía con su ex cuñada.
La doble vida marcha bien entre mentiras y encuentros a escondidas. Pero la situación se sale de control cuando Nola le confiesa a Chris que está embarazada, e incluso exige que le cuente toda la verdad a su esposa para oficializar de una vez su relación. El amor pasional o la estabilidad económica. La toma de decisiones una vez más como encrucijada determinante en la filmografía de Allen.
Presa del pánico, Chris no se siente capaz de renunciar al estilo de vida que tanto le costó conquistar como uno de más del clan Hewett, y decide terminar su aventura con Nola de la manera más elaborada que su agudo ingenio podía permitirle: desarrollando un farsa de robo en el que la muerte de su amante parezca un simple accidente. Para eso, primero debería matar a la casera del edificio, luego robarle algunas joyas y medicamentos del botiquín, y esperar pacientemente hasta que Nola apareciera por el pasillo para que todo encajara en el perfil de un asesinato por drogas. Un plan tan perfecto como falible, que termina dejando impune al seductor y manipulador Chris, gracias a una (afortunada) serie de casualidades capaces de despistar las investigaciones de la policía británica. Aunque a fin de cuentas, la culpa de haber matado fríamente a la única mujer que amaba y su hijo no nacido quedará por siempre atrapada en su conciencia.
De esta manera, ya desde el principio del film se construye una alegoría sobre las mediaciones del azar en cualquier aspecto de nuestra existencia. Sea desde la primera reflexión en off del protagonista sobre como “La gente teme reconocer qué parte tan grande de la vida depende de la suerte”, o las meras coincidencias que lo llevaron a codearse con la elite más selecta de Londres. Incluso cuando todo parece perdido, la suerte se pone de su lado al momento de encubrir su inexperiencia como asesino. El rol implacable de la casualidad sobre la causalidad que tanto defiende Chris a lo largo de la película, y que el mismo guion avala dejando que pueda salirse con la suya.
Hasta el embarazo de Nola es visto solamente como un mero producto de la mala suerte, dentro de esta concepción excesivamente fáctica de la realidad. Los límites en los que se mueve el ser humano serían muy estrechos si es tan poco lo que podemos controlar de nuestra historia. Y es aquí donde surge la pregunta: ¿Cuánto hay de responsabilidad en nuestras acciones? ¿En qué lugar queda el factor ético?
Resulta contradictorio que un personaje tan pragmático a la hora de reconocer al azar como el mayor engranaje que mueve al universo, pueda ser tan calculador y precavido para planificar cada paso de su vida. Pero a pesar de su lucidez para fraguar un crimen o manipular la confianza de su suegro, en ningún momento Chris llega a asumir la responsabilidad plena de sus acciones. Ni siquiera cuando la culpa lo persigue, tras haber acabado con Nola, logra dejar de desresponsabilizarse por sus inescrupulosos métodos y ambiciones. Es más, lo plantea inteligentemente desde una mirada literaria, desde la figura trágica de Sófocles, tal como en Edipo Rey o Antígona se apela a la desgracia para castigar al hombre que no acepta su destino. Algo que también se insinúa con la utilización de la ópera como única contextualización musical, a modo de una enunciación lírica de la tragedia que conllevan las actitudes del protagonista.
“Merezco ser detenido y castigado. Así al menos habría algún indicio de justicia”, admite Chris mientras busca alguna explicación a esta alteración del orden natural del mundo, donde el bien siempre triunfa y el mal siempre paga. Esto significa una contradicción tan grande para los cimientos de la sociedad moderna, que el mismo asesino anhela inconscientemente ser juzgado para dotar de algún sentido a su existencia. Incluso para el espectador que espera que el villano sea inevitablemente derrotado.
El mundo no gira al igual que lo establecen los cánones éticos y morales que tenemos más arraigados. Sea en ficción o en el mundo real, el amor, la justicia y el mismo azar son variables que nunca funcionan de la misma forma. Y eso es algo que Woody Allen sabe comprender bien.