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Domingos RETRO – Edición 29MDQFest: Si muero antes de despertar (1952) de Carlos Hugo Christensen

Melina Cherro
Escrito por Melina Cherro

FORMAS Y FIGURAS

“Si muero antes de despertar” (1952) es la primera de tres historias que Christensen filmó adaptando cuentos de William Irish (Cornell Woolrich). Los otros dos relatos se encuentran en la también formidable película “No abras nunca esa puerta”(1952).

Gracias a una copia restaurada, “Si muero antes de despertar” puede verse en estos días en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Festejando entonces esta restauración, y a modo de solicitud para que más de nuestro cine clásico sea recuperado y proyectado no sólo en festivales sino en espacios con mayor acceso de público, compartimos este comentario.

En el comienzo, un narrador nos introduce al universo de los cuentos infantiles, con monstruos, héroes y pruebas a superar.  Pero también nos invita a imaginar que ese universo de los cuentos infantiles –el bosque, la casa, la bruja o el lobo- no se encuentra esta vez en un bosque encantado si no en el corazón de la ciudad, en pleno barrio. La princesa encantada puede ser una niña en bicicleta y nuestro héroe un chico medio perejil que va a la escuela todos los días y gusta de tirarle de las trenzas a la nena que se le sienta en el banco de adelante.

Pensemos los cuentos infantiles como ritos iniciáticos que cuentan la pérdida de la inocencia, el ingreso a la adultez, que viene acompañado con el conocimiento del amor y del mal, como si ambas fueran las dos caras de una misma cosa. Entonces, este rito que ha quedado como algo del pasado, se nos vuelve a actualizar y Christensen nos devuelve en este cuento urbano el regreso a lo oculto, a lo secreto, a lo otro.

Dos partes tiene esta historia. Entre ambas, simetrías y ecos que las unen para desarrollar el pasaje de Lucho: de niño irresponsable a joven que entiende el mal y el amor en el mundo. Y también intuye que no estamos solos, que cuando los adultos que lo rodean no lo escuchan y no lo entienden, hay una fuerza superior capaz de ayudarlo. Todo esto entiende Lucho al final del relato y nosotros junto a él.

Tomaremos entonces sólo algunos elementos para ayudar al espectador a encontrar lo demás.

El eje entonces es un elemento, una forma que es espacio real pero que se construye simbólicamente a lo largo de la película: el camino que une la vereda de la escuela a la que asiste Lucho, con la plaza de la calesita a la que van los niños al salir de la institución. Ese camino, con forma zigzagueante y descendiente aparece varias veces a lo largo del relato. Y cada una de esas veces es algo diferente.

Veamos, la primera es sencillamente descriptiva. Ese camino con forma de gusanito, largo y en bajada, une la cuadra de la escuela con la plaza, en donde los chicos pasan la tarde para divertirse y jugar. Camino y calesita. Dos formas que se completan en la figura circular.

Por allí se pierde Alicia –aparte señalar que el nombre de Alicia va en concordancia con la idea del relato infantil y la pérdida de la inocencia- de la mano de ese hombre al que después llamarán Lunático. La mirada de Lucho aquí, es la de aquél que no entiende lo que está por suceder. Dejaremos para más adelante ese  gesto de Lucho al ver a la niña alejándose de la mano de ese hombre que le ha prometido una casa llena de dulces y golosinas.

La noticia de la muerte de Alicia le trae a Lucho un sueño, acunado por el canto de su madre, la pesadilla mezcla la figura de la bestia, la niña muerta, la calesita y ese camino serpenteante que sabe tiene que atravesar, pero sobre el cual solo puede progresar unos pasos.

Ahora, ese camino, ya no es sólo el que une la escuela con la plaza. Ahora ese camino es el que lleva al otro lado. A lo desconocido. A lo secreto. Recordemos también, que cuando Alicia le cuenta del misterioso hombre a Lucho, lo hace mediante un juramento inquebrantable. Alicia y Lucho están unidos por un secreto que se volverá cada vez más oscuro.

En la segunda parte es Julia la que se pierde y desaparece por el camino. Esta vez Lucho lo sabe, pero no puede impedirlo. Entonces ahora, ese camino es el laberinto que Lucho debe atravesar para acceder a lo desconocido. Es la puerta, el pasaje al otro lado. Y si el Lunático le daba dulces a Alicia, a Julia le regala tizas de colores. Esas tizas serán el rastro que Lucho seguirá en medio de la noche, por ese camino laberíntico que lo llevará finalmente hasta la cabaña en medio del bosque, esa de los cuentos infantiles que cobra forma al final del laberinto.

Recordemos aquí algunos elementos que definen a la prueba del laberinto, de la mitología griega en adelante. Todo héroe debe atravesar esta prueba en algún momento de su camino, el laberinto es parte del paulatino descenso a los infiernos, a lo más bajo, a lo oculto. A través de senderos se accede al centro al que hay que llegar para luego poder salir. El héroe sólo supera la prueba si logra salir del laberinto. Entonces ese camino serpenteante que Lucho no se anima a atravesar en sus sueños –allí en esa pesadilla el camino es hacia arriba- que se nos vuelve ante nuestros ojos como una forma retorcida, es parte de ese laberinto que tiene como centro la cabaña del Lunático.

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Pero también es una forma de representar al mundo. Este mundo retorcido en donde los chicos están solos, porque los adultos no los comprenden. En donde el héroe es un policía de segunda que es incapaz de atrapar al monstruo al que nombra Lunático porque es lo otro, lo que no comprende. Un mundo retorcido en donde hay hombres bestias que secuestran niñas. Es un mundo despojado de lo sagrado. En donde hombres y mujeres, niños y niñas han sido reducidos a funciones mínimas, destinados a cumplir un rol productivo en la sociedad. Allí entonces aparece lo verdaderamente monstruoso.

Entonces Lucho tiene que atravesar el laberinto, para completar su iniciación y ser el guardián de lo sagrado, de ese secreto que le ha confesado Alicia, que ahora vive en Lucho de otra forma.

Es entonces que sucede la epifanía. Esa revelación de algo sagrado, algo alto pero que se anuncia en lo más bajo. Todo se le vuelve a hacer presente a Lucho, justo antes de la desaparición de Julia y después de haberle prometido a su padre comportarse como su  digno heredero.

En una vidriera la mirada de Lucho que todavía quiere ser niño, se pierde entre unos juguetes. Pero la imagen de un chimpancé estampada en una hoja de enciclopedia, le recuerda a la bestia de su sueño, al Lunático que se llevo a Alicia. Y entonces unos soldaditos de madera giran como la calesita, y un espejo refleja el rostro de Lucho que mira aterrado.  La imagen de un Cristo redentor se refleja en el cristal. Un organillero toca la música de la calesita y los pirulines que vende un viejo giran al compás de la música. Entonces Lucho sabe que todo va a volver a pasar.  Y ahí, en ese entendimiento reside lo trágico. Lucho ya no es un niño. Ya no quiere pirulines, ni soldaditos, ni vueltas en calesita. Sabe que tiene que enfrentar a la bestia.

Aquí retomamos el gesto de Lucho, ese que hace cuando ve a Alicia alejarse de la mano del hombre que le prometió una casa llena de dulces. Lucho se relame pensando en ese chupetín de canela que Alicia prometió compartir con él. Pero también es el gesto del pedófilo que mira a las niñas salir de la escuela, esperando con tranquilidad la llegada de su víctima.

Lucho juega con una pelotita. El Lunático amasa y muerde una naranja. ¿Qué sentido tiene todo esto? La clave está en los espejos y en ese espejo en particular que refleja el rostro de Lucho junto al del chimpancé: Lucho guarda en su ser esa posibilidad también. La posibilidad de ser él mismo un Lunático. Lucho se aprovecha de Alicia, le saca chupetines –los que le dio el Lunático- de la misma manera que el Lunático se aprovecha de ella dándole los chupetines. Lunático y Lucho. Los dos LU. ¿Será casualidad?

Dijimos que la película ubica a los niños en soledad. El doble en un punto es no estar más solo. Lucho podría ser ese otro, la bestia, el lobo. Pero no, Lucho acepta su destino y atraviesa el laberinto venciendo así a ese monstruo que lleva consigo.

 ¿Qué lo diferencia de la bestia? El amor. Lucho se enamora de Julia. No le importa que sus amigos lo llamen pollerudo, él prefiere estar con Julia. Y es ese primer amor puro e inocente el que lo salva de ese doble.  Entonces el rito de pasaje es completo. Conocer el amor y conocer lo más oscuro y bajo del mundo son parte de una misma cosa.

Eso secreto que nos hace héroes y humanos a la vez.

Por Melina Cherro

 

 

 

 

Acerca del autor

Melina Cherro

Melina Cherro

Realizadora Cinematográfica Egresada de la ENERC y Lic. En enseñanza de las Artes Audiovisuales. Docente de la UBA (Diseño de Imagen y Sonido) docente en la Primera Escuela Infantil y Juvenil Taller de Cine El Mate.
Estudia cine conÁngel Faretta.
Colaboradora de la sección Retro en Proyector Fantasma