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Crítica: Segunda temporada de House of Cards

Germán Morales
Escrito por Germán Morales

Las series están de moda, por lo menos en nuestro país; si bien antes no eran tanto tema de debate, de comentarios mediáticos y demás, hubo series con éxito, de nicho, con su público fuerte en nuestro país, no lo vamos a negar. House of Cards no es la primera de la cual se habla demasiado, pero se puede decir que junto con el “Patrón del Mal”, fueron las series que de alguna forma movieron el verano (o más bien, el febrero) argentino.

Obviamente, el Patrón del Mal tuvo muchísima más repercusión que la serie original de Netflix. Está en un canal de aire, puso al narcotráfico en medio de la escena (mal que nos pese). No tiene comparación una con la otra. Pero House of Cards tuvo un par de semanas con una repercusión inusual. Tanto que Gil Lavedra habló al respecto, Perfil entrevistó a Paula Bertol, Alberto Fernández y Jorge Yoma. Eso no es normal. Quizás el tweet de Obama haya ayudado un poco, pero no es normal.

Es decir, en el mundo de la política argentina, hubo una especie de conexión entre Frank Underwood y la imaginación popular sobre los políticos. Un poco lo dijimos en nuestra nota en la cual anticipábamos la serie, House of Cards hace carne de forma casi pornográfica la creencia y la  especulación sobre el maquiavelismo de los políticos en general. Esa frialdad, falta de escrúpulos y esa sorpresiva sinceridad fue lo que puso la serie de Kevin Spacey en escena y nos movió con su argumento.

Eso fue la mesa de entrada, pero la segunda temporada de House of Cards se puede decir que no nos sorprendió, y ese fue su principal problema. La historia está bien, no se van a aburrir, al contrario, quizás abusa mucho de la tensión y el hecho de ir a fondo en todo momento, lo cual está muy bien. El problema pasa porque esa historia pierde un poco de verosimilitud con los hechos reales. Convengamos que House of Cards es ficción, sí, pero la historia en la primera temporada fue bastante creíble y convincente, y a pesar que en esta segunda entrega no haya fallado, abusa un poco de sus herramientas, y eso la hace previsible.

Eso sí, no creo que los fans de la serie se hayan visto defraudados por su argumento. Aunque aquellos que amen el movimiento político, las presiones legislativas o la pelea interna dentro de las cámaras, quizás se hayan visto un poco tocados. Los lobistas y los dramas internos tienen más peso.

Luego de esta larga introducción pasaremos a hablar un poco de lo que fue la segunda temporada. Más bien hablaremos de nuestras impresiones y nuestra crítica, con lo cual, avisamos que si quieren evitar los spoilers lo hagan a partir de ahora.

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El primer capítulo comenzó con todo, fue lo más fuerte de la temporada, como para impactar. Es imposible no decirlo, el suceso del primer epísodio fue bastante chocante, pero como en varios hechos que suceden durante todo el resto de la temporada, deja un poco de escepticismo y nos hace preguntar cómo puede ser Underwood caiga siempre bien parado y que nadie haya podido ver eso. Empezar con algo tan fuerte abre un poco el juego para dejarnos expectantes, pero nos hace saber que la serie no irá por ese lado y la investigación irá por otro. Lucas Goodwin (Sebastian Arcelus) queda en absoluta soledad con una investigación sin fundamentos que la sostengan y desesperado por lograr su objetivo de dar a conocer a la opinión pública la maldad encarnada en Frank Underwood.

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Hay que repetir constantemente que es ficción, pero hay que jugar con la verosimilitud de los hechos que no se puede obviar. Sí, todos pensamos que el gobierno de los EE.UU. tiene acceso a la vida de cualquier ser humano, de la NSA y de los cuernos no se salva nadie. Ahora, que la desesperación lleve a un periodista, ni siquiera, a una persona cualquiera, a firmar cualquier cosa y creer en el primer hacker que te aparece porque pensás que te va a ayudar a bajar al vicepresidente de los EEUU (ya advertimos sobre los spoilers), no tiene sentido. El problema de esta temporada fue que muchas de las tramas secundarias carecieron de fuerza como en la primera temporada, y terminan ahí siendo pequeños detalles que ayudan a Underwood a tejer su trama.

Este problema me sucede con muchos de los hechos que ocurrieron. La manipulación, el poder y la falta de escrúpulos no faltan ni en Washington, ni en ningún lugar, pero Frank Underwood parece el único en la serie que juega ese partido. Le aparece un contrincante igual de poderoso, que tiene las mismas armas, a otro nivel, pero no se puede entender que sea solo Raymond Tusk (Gerald McRaney) el que le haga frente.

Algo que hizo brillar la primera temporada de House of Cards es la cantidad de intereses en juego, más allá de los personales, sino de los políticos, hacia las personas y las comunidades. En esta segunda parte se juega más con los intereses económicos, con la necesidad de generar dinero, la lucha por mantener ese capital y el tema de la década pasada, China. Eso le quita un poco de cercanía con los problemas cotidianos, digamos, pero le suma importancia y otro tipo de interés que es muy real, el ascenso de Underwood a la vicepresidencia generó un poco ese cambio. Pero el hecho de tocar intereses foráneos, globales o males que aquejan a una escala más amplia de la población fue una apuesta que no se llegó a abordar del todo por la guerra de intereses entre Underwood y Tusk.

No digo que haya estado mal el giro, al contrario, pero me parece que nunca llegó a problematizarse la tensión política y economica con China y Japón en terminos concretos, más allá de alguna reunión o charla entre Garrett Walker (Michael Gill) y Underwood. La guerra entre Underwood y Tusk fue a fondo en todo momento, pero en una guerra llevar varios frentes de batalla desgasta, y por más frialdad que tengas, se nota. La sensación fue que a ninguno de los dos ese choque le pareció un problema, sino parte de lo habitual, del común de la vida. El único que lo sufrió, en todo sentido, fue Walker.

Lo que quiero decir, es que la serie pretende ir a fondo todo el tiempo, lo cual está muy bien para enganchar, pero faltó algún episodio para frenar un poco ese conflicto entre el vicepresidente y el magnate para darle más relevancia después, y las historias secundarias no ayudaron a desviar la atención. Para demostrar también que llevar un gobierno o pelear con lobbies no significa estar todo el tiempo en una guerra permanente. Lo bueno es que en esta temporada se reafirma el hecho que los personajes representan matices e intereses, que el juego estresa, nadie es «el bueno» o «el malo», y eso le da una verosimilitud que convence a cualquiera que es lo real. Por eso hay que recalcar que House of Cards es ficción, que no se puede inducir TODO el tiempo a que otra persona tome una decisión favorable a los propios intereses, además que es posible tener éxito constantemente en esa búsqueda.

Las historias secundarias fueron interesantes pero algo irregulares, tocando nuevamente problemáticas que parecen habituales en la política. Los problemas de pareja del presidente, el amor entre el lobista y la jefa del congreso, la cercanía que atrae, los beneficios y problemas públicos de una aparición mediática y al involucrarse con personas poderosas. Los medios esta vez juegan un poco más sutilmente, pero siguen siendo la forma de manipulación más utilizada en varias oportunidades, por eso nunca podrían estar ausentes del todo aquí. Personalmente los personajes Seth Grayson (Derek Cecil) y Ayla Sayyad (Mozhan Marno) no le dieron a la práctica periodista la fuerza necesaria que tuvo en la primera temporada.

Doug Stamper (Michael Kelly) se hace humano y un poco más querible esta temporada. La frialdad del robot soldado demuestra un flanco de sensibilidad. A mi criterio, fue el personaje de esta temporada que más me atrajo, a pesar que su trama tuvo un protagonismo exagerado. Otro personaje que me llegó fue el de Freddy (Reg E. Cathey) que nos rompió el corazón en mil pedazos.

En cuanto a lo que se viene para después, podemos decir que mis sospechas es que Jackie Sharp (Molly Parker), una de las grandes actuaciones y novedades positivas de esta segunda temporada, será un duro escollo para el futuro de Frank Underwood, los diálogos que tiene durante los últimos capítulos nos dan a entender un cambio y una transformación en su ser, a pesar que desde el principio supo entender las reglas del juego. Demostró que sabe jugar y puede ser problematica para Frank, pero simplemente son especulaciones, todavía no hay nada concreto. Sin dudas habrá que esperar también el protagonismo de Gavin Orsay  (Jimmi Simpson) que dejo abierto un problema futuro para los planes del personaje de Spacey.

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También para esperar, especulamos un crecimiento de la influencia de Claire Underwood dentro de la serie, su papel es el de los mejores. La hijaputez que demuestra no tiene limites y va en crecimiento, la ambiguedad de la escena de la escalera es genial y ejemplifica muy bien el espíritu de este personaje. Quizás su argumento sea secundario dentro de tanta manipulación y especulación política, pero su rol va más allá de ser el sostén de Underwood, es el alma de la serie. En esta temporada se ve mucho más la rica gama de ese personaje, metiendose en temas muy sensibles sin dubitar ni pestañar. Regala algunos de los mejores, sorpresivos y más dramaticos momentos de la temporada.

A pesar de dejarnos dudas, hay que dejar algo bien en claro, si House of Cards levantó el revuelo que hizo, no fue en vano. El argumento atrapa, te deja expectante, las actuaciones son muy buenas, los personajes son muy variados y bien definidos. Es una de esas series que lamentas esperar un año para su próxima emisión, pero son las reglas del juego.

Por Germán Morales

Acerca del autor

Germán Morales

Germán Morales

Lic. en Comunicación Social (UBA). Creador y redactor de Proyector Fantasma. Responsable de la sección SERIES.