Ficha técnica de la película: Dirección: Santiago Mitre. Guión: Santiago Mitre y Mariano Llinás. Elenco: Ricardo Darín, Érica Rivas, Gerardo Romano, Dolores Fonzi, Christian Slater, Alfredo Castro, Rafael Alfaro, Elena Anaya, Paulina García, Daniel Giménez Cacho. Edición: Nicolás Goldbart. Sonido: Federico Esquerro y Santiago Fumagalli. Fotografía: Javier Julia. Producción: Hugo Sigman, Matías Mosteirín, Fernando Bovaira, Axel Kuschevatzky, Agustina Llambi-Campbell, Fernando Brom, Simón de Santiago y Didar Domehri. País: Argentina – Francia – España. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 114 minutos. Estreno en cines de Argentina: 17/08/2017.
La política descartable. La moral útil
“El mal existe señorita Klein, y no se llega a presidente si uno no lo ha visto un par de veces al menos”
Santiago Mitre es un director con suerte, de esos que poseen una mirada punzante como pocos sobre la actualidad política y social, y que al mismo tiempo parecen tener la habilidad de llegar siempre en el momento oportuno con sus producciones. Un director joven, con una carrera tan corta como meteórica dentro del cine argentino que, contando únicamente con dos largometrajes en su haber – sin contar sus colaboraciones como guionista – pudo forjar un renombre lo suficientemente considerable para que lo dejen manejar elencos y presupuestos envidiables.
Es así que parte de esa potente visión crítica sobre el poder que se veía en El Estudiante (2011) y la visceralidad cruda de la que hacía gala La Patota (2015), se ve ahora reflejada en lo que es La Cordillera: Un producto netamente coyuntural, salido del entramado más profundo que habita en la fauna política argentina su versión más hipócrita y cínica. Y que hoy más que nunca se encuentra en eterna discusión.
Aunque nada de esto sería relevante, sino fuera porque el guion de Mitre – coescrito nuevamente con Mariano Llinás – combina a la perfección el drama familiar con el Thriller político y psicológico. Una mezcla que por momentos parece dos films por separado, unidos solamente por sus personajes principales, pero que va tomando forma hacia el final, hasta convertirse en dos partes de un mismo análisis sobre los límites éticos y morales.
La elección de la locación no es casual. Tampoco el contexto. El recientemente electo presidente argentino Hernán Blanco (Ricardo Darín) y toda su administración se enfrentan a su primera prueba de fuego en la cumbre latinoamericana de presidentes que se realiza en plena Cordillera de Los Andes, del lado chileno. Casi en medio de la nada, incomunicados del mundo, los principales mandatarios de la región se reúnen para discutir el futuro de una posible alianza petrolera, con el presidente brasileño a la cabeza como líder de opinión en el bloque. Y es allí donde Blanco tiene que pisar fuerte para acallar las dudas que se insinúan desde la prensa argentina y la opinión pública sobre su falta de carácter.
Desde un principio, los intereses comerciales cruzados y el juego de egos toman un papel preponderante en el intercambio que se da lugar durante la trastienda de la cumbre. Rápidamente el eje de la discusión termina siendo el ingreso de las empresas privadas (con Estados Unidos de forma encubierta) a la alianza, impulsado por el presidente mexicano, o la moción de mantener la soberanía petrolera como un proyecto exclusivamente estatal y público tal como pretende el proteccionista gobierno brasileño. Es así que toda la responsabilidad para este definir empate, y a su vez el futuro de la economía regional, recae en Blanco, quien se reúne en secreto con algunos y se debate entre las ventajas que existen de alinearse con uno u otro.
Sin embargo, sus objetivos primordiales cambian desde el momento que cae una denuncia por malversación de fondos públicos, de hace diez años, iniciada oportunamente por el ex marido de Marina (Dolores Fonzi), la hija del presidente. Por ahí aparece la frase `Nosotros no éramos gobierno en ese momento’, como para despertar más suspicacias en medio de la discusión sobre cuál es el próximo paso a seguir en esta investigación. No obstante, para evitar una potencial catástrofe en su imagen pública – y más todavía porque la denuncia resulta ser verdadera – Blanco y su círculo íntimo, comandado por su leal consejera y secretaria Luisa Cordero (Érica Rivas) y el calculador jefe de gabinete Mario Castex (Gerardo Romano), deciden que la mejor alternativa es traer a Marina para saber hasta qué punto está involucrada en todo esto.
Pero sucede que Marina no es una mujer emocionalmente estable, y la presión anímica que la envuelve termina desencadenando un episodio violento que condiciona gran parte del plan estratégico de Blanco, en un momento trascendental del comienzo de su gestión. De esta manera, no solamente entra en discusión la eterna disputa sobre el rol de lo público y privado como ideología política, sino también la influencia del entorno familiar de un mandatario a la hora de tomar decisiones en un escenario como es la cumbre, donde la devolución de favores y la batalla de intereses se unen al conflicto personal con su hija.
El notorio paralelismo que existe entre el argumento de La Cordillera y la cotidianeidad política, se deduce como algo más que un simple guiño al público argentino, entre referencias y similitudes a viejos conocidos de nuestra historia reciente – incluso se insinúa que la presidencia tiene cuentas en Barbados, Panamá Papers aparte –, a la vez que convive con la impronta cínica y despiadada que caracteriza a programas como House of Cards o Scandal.
Una trama de poder y especulaciones que en determinado momento se ve interrumpida para dar paso a un corte mucho más reflexivo, más cercano al suspenso psicológico, con elementos esquizoides que llevan a dudar de la verdad que aseguran sus personajes. Un giro inesperado que da la sensación de estar viendo dos historias aparentemente inconexas, pero que mágicamente se unen para ayudar a descifrar una sola incógnita: Quién es Hernán Blanco.
Desde el comienzo del film que Mitre deja en claro que el personaje de Blanco esconde mucho más de lo que dice ser. Un personaje misterioso, incluso para sus allegados dentro del gabinete. Pero en ese aspecto enigmático radica uno de los mayores atractivos de La Cordillera, en ir descubriendo capa por capa ese pasado turbio que el presidente, y el mismo argumento, se encargan de dejar a libre interpretación.
Blanco es tan inexplicable que resulta imposible atarlo a ningún partido ni inclinación definida, como parte de una construcción de personaje profunda que resulta como mínimo bienvenida en un país tan politizado y bipartidista. Posee tenores del peronismo y a su vez rehúye del populismo. Viene del interior, pero de una de las provincias menos pobladas e industrializadas como es La Pampa. Y a su vez logra ganar las elecciones (se intuye que con un escaso margen) manteniendo una imagen pulcra y ordinaria, de hombre común, como identificación perfecta del electorado. Un tipo cualquiera y accesible, que al mismo tiempo se diferencia de la plebe al afirmar que `El hombre común no lee a Marx´, porque él no es un hombre común, y él si lee a Marx. Un auténtico estratega con disfraz de ciudadano, consciente de hasta donde puede torcer sus convicciones para poder gobernar.
La Cordillera destaca prácticamente en todos los aspectos cinematográficos, respetando el verosímil hasta en el más mínimo detalle de los protocolos institucionales, y haciendo valer su presupuesto en imágenes imponentes de la Cordillera de Los Andes brillando en su inmensidad, y en actuaciones de primer nivel internacional que ponen en lo más alto al cine argentino.
No cabe duda que para la realización y apreciación de un film como este, es prácticamente imposible dejar al margen cualquier disposición partidaria – o lugar asegurado en la dichosa grieta –, y mucho menos en pleno período electoral. Sin embargo, lo más destacable de Mitre y Llinás es que se puedan dar el lujo de rodar una película sobre un presidente argentino, en una época por demás politizada, integrante de una historia ficticia con varios guiños sensibles a la cotidianeidad política argenta, y salir indemnes de cualquier encasillamiento que pueda empañar su mirada crítica e incisiva. En otras palabras, hablar de la cuestión política desde su definición más obscena, la que parte del poder como moneda de intercambio, y del bien y el mal como meras utilidades fuera de los límites de una supuesta moral, no es algo que pueda ser bien visto por todos los sectores políticos referenciados. A fin de cuentas, estamos hablando de la corrupción en las altas cúpulas del poder.
La Cordillera podrá remitir a las montañas nevadas en las que transcurre la historia, o al fino equilibrio entre el bien el mal que se sostiene a lo largo del argumento. Lo que si queda claro es pocas veces existen blancos o negros en la política, siempre hay grises.