Título original: Koan Año: 2014 Duración: 69 min. País Argentina Director: Osvaldo Ponce, Karina Kracoff Guión: Osvaldo Ponce, Karina Kracoff, Coni Marino Música: Bosques Fotografía: Osvaldo Ponce Reparto: Claudio Giovannoni, Celina Ponce De León, Laura Josefina Yañez, Coni Marino, Toti Glusman, Enrique Blanco Productora: Fraschini & Heller
Liberando la razón
Difícil tarea la de definir una película tan simple como Koan. Vale aclarar: muy simple su historia y de narrativa cansina pero siempre presentando momentos pretendidamente profundos. Empecemos por el principio.
Se nos señala que “Un Koan en la tradición Zen, es un problema que el maestro plantea al discípulo para comprobar su progreso. El alumno debe desligarse del pensamiento racional y aumentar su nivel de conciencia para intuir lo que en realidad le está preguntando el maestro”. Debido a esta filosofía, toda la trama se va a desarrollar en bellos paisajes del sur de nuestro país (Lago Pueblo de la provincia de Chubut, para ser mas precisos) y un puñado de personajes motorizará con pocas palabras (porque en general en toda la anécdota se esgrimen poquísimas palabras) una historia de frustraciones y aprendizajes mutuos entre un maestro y sus discípulos que por separado, acuden a él buscando algo similar a una cura.
Lao es una maestro sanador, Olkar un fotógrafo que acude a él para ahondando en su espíritu, poder “escuchar la imaginación del universo y hacerla imagen” y Minervina, una joven que busca en el maestro una cura para su enfermedad de nacimiento (la cual le trae problemas psicomotrices como por ejemplo la incapacidad parcial, de poder caminar). Olkar se verá muy sorprendido cuando al conocer al maestro, vea que físicamente es su doble idéntico, a pesar de no tener ningún lazo sanguíneo con él. El conflicto está en manos de esta tríada que se ve en falta al no poder conseguir lo que fueron a buscar ni lo que están preparados para dar. Asimismo, el enriquecimiento colectivo estará en la búsqueda introspectiva que comulgando entre congéneres se volverá propensa para dar sus frutos.
“Escuchar la imaginación del universo y hacerla imagen” es el objetivo espiritual de Olkar y de algún modo, el subtítulo que se posa sobre la película. De alguna manera, ambos resultan extremadamente pretenciosos, quedándose cortos, fallando en el intento. La obra intenta ser introspectiva y llamar a la reflexión del espectador apelando a su más íntima y despojada sensibilidad pero siempre fuera de foco, se pierde en la búsqueda que propone, disipando el interés de la audiencia en cada toma. El paso cansino de la narrativa desnaturaliza en algún modo la relajación espiritual que el contexto pareciera querer propiciar. Las transiciones son lentas y el relato estanco, debido a la elección del tipo de planos, cortos en general. Las pobres actuaciones no colaboran, desnaturalizando los de por sí ya simples y adecuados diálogos. Ni siquiera la belleza de las locaciones se puede destacar demasiado, subsumida a una fotografía que apenas la sabe aprovechar en un par de oportunidades. El asunto total aparenta ser insustancial y se vuelve algo denso, incluso en sus breves 69 minutos de duración.
Resulta antipático el lugar de criticar con dureza a una bienintencionada película que se jacta por ser de “autor” (o dupla autoral en este caso) arriesgada, desafiante y para nada convencional. Por eso personalizo y relativizo mi opinión: no me he sentido motivado para recoger el guante que Koan me ofreció, sintiendo que estuvo lejos de (como puntualiza en uno de sus diálogos) estimular el surgimiento de«el idioma del inconsciente». Cada espectador verá, como se siente con el dialecto que habla la película en sí.
Por Lautaro Olivera