Después de una larga ansiedad -y una larguísima fila- para entrar al cine, se apagan las luces de la sala y comienza “Relatos Salvajes”. Una película compuesta de seis historias diferentes con un clarísimo punto en común que nos anticipa el título, una mirada desgarradora e impiadosa de la sociedad siempre a punto de estallar, cargada de humor negro. Seis cuentos construidos sobre lo salvaje de nuestros tiempos, del sistema y de nuestra sociedad, con todas sus miserias, sus contradicciones, sus obsesiones.
Damián Szifron nos ha mostrado una vez más su genialidad como director además de su gran capacidad creativa desde lo narrativo -y como guionista- para contar historias. En la mayoría de sus proyectos ha trabajado con el compositor Guillermo Guareschi como encargado de la banda sonora de sus películas y series televisivas: “Los Simuladores”, “El fondo del mar” y “hermanos y detectives”. Pero esta vez, para “Relatos Salvajes” ha seleccionado a Gustavo Santaolalla para la realización de la banda sonora, así como podemos ver una película muy al “estilo Szifron”, escucharemos en ella, un soundtrack con el indudable sello musical de este gran compositor.
Después del primer relato -“Pasternak”– vienen los títulos y parte de los créditos en donde vemos fotografías de animales acompañando a los nombres de los actores y del equipo técnico. Esto está musicalizado con el tema “principal” o más representativo de la banda sonora.
En el tercer relato -“El más fuerte”-, encontré una de las propuestas musicales más interesantes dentro de la película. Con un excelente y sorpresivo manejo de la tensión y la distención en la música, la historia logra mantenernos en una montaña rusa en donde vamos con los ojos tapados y nunca sabemos cuan próxima está la siguiente caída. En las primeras escenas de tensión, cuando el conductor del lujoso Audi intenta pasar en la ruta a un viejo auto que le corta el paso, escuchamos música extradiegética que acentúa la tensión de ese momento. Después de esto, el conductor del Audi logra pasarlo y enciende la radio, comienza un momento de distención y relajación musical para el espectador antes del desenlace final. Se utiliza la música diegética para momentos de distención y la extradiegetica para los momentos de tensión.
En esta misma forma en que se da la música del tercer relato, se da también en el sexto -“Hasta que la muerte nos separe”-, en donde la música que “suena” y que toca la banda en el casamiento -diegética- es la que contrasta con la de los momentos de gran tensión. En este último, también podemos apreciar claramente el uso del silencio -incluso en el sonido ambiente- para generar dramatismo en ciertas escenas.
Hablando de los demás aspectos sonoros más allá de la música, podemos percibir un interesante trabajo de diseño sonoro que se luce y toma protagonismo en pocos momentos. Pero desde el primer relato podemos escuchar detalles muy bien realizados, como por ejemplo la transición del sonido ambiente de la ciudad que termina en el interior de un avión de pasajeros.
Casi todos los instrumentos de la banda sonora fueron grabados por Gustavo Santaolalla, excepto los arreglos de cuerdas que fueron dirigidos por Alejandro Terán y grabados por Javier Mazzarol. En general predominan las texturas de melodía con acompañamiento, muchas veces acompañados con los arreglos -casi- camarísticos de las cuerdas. En toda la música incidental de la película predomina la guitarra eléctrica ya sea como melodía o acompañamiento.
Estamos ante una buena banda sonora que funciona con el film, logra lucirse y bucear entre el montaje de ciertas escenas apoyando su dramatismo. Tenemos que tener en cuenta que es un difícil trabajo para el musicalizador encontrar la textura, la melodía, los acordes -y un largo etcétera- exactos para una película como esta, que se mantiene zigzagueando entre las fronteras de la tragedia y el humor, -casi siempre- al borde de lo inverosímil.
Si les interesa continuar la lectura, pueden leer la crítica de Relatos Salvajes que realizó Nicolás Feldmann, y la escrita por Marianela Santillán.