El optimismo como bandera
Existe algo tan especial, tan elocuente, tan… cautivador en la manera en que Dev (Aziz Ansari) ve al mundo y los que componen su sencillo universo, que incluso una simple comida en un bodegón mediterráneo o un paseo por el Central Park con esa media naranja perfecta llamada Francesca (Allesandra Mastronardi), se convierten en una especie de momento mágico y único, de esos que trascienden la simple ficción y llegan al corazón como la anécdota mejor contada.
Master of None, la comedia creada por Aziz Ansari y Alan Yang para el servicio Netflix, fue uno de esos hallazgos poco promocionados entre la vorágine de grandes éxitos que nos tiene acostumbrados todos los años el gigante del streaming, y a su vez un poco de aire fresco en la abundancia de comedias cínicas y personajes odiables, cómicamente repulsivos. Una serie que, por fuera de su impronta cercana al stand-up (ambos guionistas principales son referentes en ese ámbito), es principalmente bella desde su estética y su poética, en su optimismo genuino más que por sus comentarios mordaces o situaciones delirantes.
Si bien, ya desde su primera temporada en 2015 el formato demostraba un ingenio fuera de lo común a la hora de abarcar ciertos temas como la religión o las relaciones, y especialmente en la manera sutil de representarlos como una parte más de un todo en la vida de un treintañero en Nueva York – con gran influencia del Woody Allen de Manhattan y Annie Hall – , es su esperada segunda entrega la que hace que se distinga aún más esta lucidez para interpretar el día a día como una serie de experiencias, y no de conflictos que deriven necesariamente en risas o en drama.
Tres meses pasaron desde que el protagonista, Dev Shah, dejó momentáneamente su carrera como actor publicitario para embarcarse en un viaje espiritual y culinario por la Italia rural de los viñedos y las pastas caseras. Pero más de allá de la curiosidad inquieta e inocente de Dev por aprender a preparar sus fideos favoritos, es la separación con su novia Rachel (Noël Wells) lo que hace que este tiempo lejos del vértigo neoyorkino sea más un encuentro consigo mismo, una búsqueda interior sobre el camino a seguir en un momento en el cual la idea de sentar cabeza comienza a acechar.
Si Dev era, durante la primera temporada, un personaje con bastantes dudas en cuanto a sus deseos y expectativas en relación al sexo opuesto y su vocación como actor, esta continuación directa nos presenta una incertidumbre todavía más pronunciada en cuanto a la toma de decisiones y el temor a arriesgarse por lo que uno quiere. Este es un dilema que recorre la mayor parte de los nuevos episodios.
Incluso desde el punto de vista artístico parece que la serie intenta ser más osada y aventurarse en nuevos estilos y enfoques sobre las mismas inquietudes de siempre: el amor, la amistad, o cuál es el mejor restaurant de tacos de la ciudad.
Ya desde el primer capítulo con la elección de una estética en blanco y negro, en clara referencia al film Ladrón de bicicletas del italiano Vittorio de Sica, hasta la genialidad de algunos capítulos individuales como New York, I Love You – una carta de amor perfectamente escrita a la impredecibilidad de la ciudad más cosmopolita del mundo –, Thanksgiving – que transita por distintas cenas de acción de gracias a lo largo de los años para profundizar en la relación de Dev y su amiga Denise (Lena Waithe), en pleno proceso de asumir su homosexualidad frente a su familia – o First Date – que compila varias primeras citas (y sus respectivos finales entrelazados) como la radiografía perfecta de la nueva era de las aplicaciones como Tinder –, que el programa hace plena su intención de dar un paso adelante que lo diferencie de las demás comedias de situación.
De todas formas, el principal hilo argumental que dirige a esta segunda temporada es la inclusión de Francesca, una simpática italiana que rápidamente se convierte en el interés romántico de Dev, pero que como en cualquier otra historia de amor resulta que está comprometida con otro hombre, a pesar de ser claramente el alma gemela del protagonista. Un recurso bastante repetido que, sin embargo, al ser visto a través de la vulnerabilidad y la empatía de Aziz Ansari parecer ser la confesión de un amigo, más que un lugar común de la ficción.
De esta manera, y aprovechando la gran simpatía que irradian ambos personajes como pareja, es que el show se atreve a poner en pausa cualquier otra historia paralela, y tomarse el tiempo necesario para finalizar como corresponde esta serie de desencuentros entre Dev y Francesca.
Aunque sesenta minutos (en un formato que no acostumbra a tener episodios de más de media hora) no basten para poner un cierre definitivo al romance, la mera intención de conceder una impronta más sensible y emotiva a este enamoramiento compensa la falta de resolución en otros aspectos de las tramas secundarias. Algo que ya de por si denota la naturaleza melancólica del programa.
Después de dos temporadas tratando los problemas existenciales del adulto moderno y sus dificultades para encontrar un rumbo propio, Master of None parece que no tiene mucho más que contar sobre los pormenores de ser soltero en Nueva York para una hipotética tercera parte. Después de todo, el mismo Aziz Anzari afirmó que antes de pensar en continuar la serie, él debería cambiar como persona primero, a lo sumo casarse o tener un hijo para tener una mirada de las cosas totalmente distintas a la que tuvo hasta ahora.
Ningún dilema en la vida tiene una solución fácil, pero a pesar de que siempre la ficción haga que todo parezca mucho más simple, Master of None deja en claro que muchas veces la meta no es tan interesante como el camino. No cabe duda que al final el optimismo de Dev termina resultando contagioso.
Mirá los comentarios (1)
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