En general, las películas de terror no son buenas en su totalidad. Por eso es que tenemos que aprender a apreciarlas por lo que son y realmente disfrutar de aquellas cosas que las hacen únicas. Como el caso de Silent Hill.
Basada en el videojuego del mismo nombre, no se trató de una gran historia, tampoco se pueden recordar actuaciones memorables, pero no podemos dejar en el olvido sus grandiosos monstruos y su estética tenebrosa. La forma en la que Christophe Gans decidió sumir a la ciudad en tinieblas es fantástica. Pero más fantástica es la forma en la que esta ciudad, cuando despertaba, parecía empezar a pudrirse desde sus estructuras. Así, al ver Silent Hill, el miedo de sus habitantes se convertía palpable. Ni hablar cuando en esta atmósfera de putrefacción los monstruos de Silent Hill despertaban y salían a aterrorizar a los habitantes por las calles de la ciudad. El hombre con cabeza de pirámide o las enfermeras sin rostro son realmente monstruos que quedaron impregnados en nuestra memoria y seguirán persiguiéndonos en nuestras peores pesadillas.
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