La nueva entrega de la aclamada serie de HBO dejó varios temas para analizar. Para algunos pasó de todo y para otros hubo mucho relleno. Debates al margen, una cosa es segura: en el próximo episodio habrá quilombo.
Spoiler alert: Este artículo tiene spoilers sobre “A Knight of the Seven Kingdoms” (S08×E02). Si no lo viste, no sigas leyendo.
El debate virtual en los primeros dos episodios de la octava temporada de Game of Thrones parece girar en torno a la cantidad de sucesos relevantes que acontecen por entrega. De un lado se reclama más acción, batallas, shocks sorpresivos y desmembramientos varios, mientras que del otro se celebran los reencuentros, las conversaciones off topic (es decir, aquellas que no contribuyen directamente al avance del plot central) y los momentos intimistas de personajes tan ricos como complejos que nos supieron acompañar durante más de ocho años.
En esencia, esperar que una serie a la que le quedan tan solo seis episodios (ahora cuatro) ofrezca un cóctel ininterrumpido de batallas adrenalínicas sería inverosímil y poco práctico. De hecho, uno de los problemas más resonantes de la séptima temporada fue justamente la vorágine de acción constante que derivó en un cúmulo de inconsistencias narrativas y espacio-temporales que quedaron a la vista de todos (esto no quiere decir que haya sido mala, sino simplemente que no siempre más acción equivale a mejor contenido).
Ahora bien, una cosa es afirmar que “no pasa nada” porque no hay quilombo, y otra muy distinta es plantear que “pasa poco” en términos de avance y/o desarrollo de la historia. Y acá sí puede que haya un punto atendible, porque después de dos capítulos (en los que la expectativa estaba super alta) aún queda la percepción de que la serie -a grandes rasgos- sigue en el mismo lugar que al final de la temporada anterior (es decir, en el preámbulo a la batalla final).
Enfatizamos que se trata de una percepción porque efectivamente sucedieron varias cosas en estos dos episodios: algunas relevantes, otras secundarias, unas cuantas necesarias y algunas otras irrelevantes. ¿Por qué entonces nos queda esta percepción? Examinemos algunos posibles motivos.
1- Escenas preanunciadas: Al final de la temporada pasada el espectador ya estaba enterado de muchos de las acontecimientos que iban a suceder en estos dos capítulos, y por eso no generaron demasiada sorpresa. Por ejemplo, en la última entrega de la séptima temporada ya se sabía la identidad Targaryen de Jon y los conflictos que esto podía generar para la sucesión del Trono de Hierro. En ese sentido, la revelación de Sam a Jon en el primer episodio no tuvo tanto impacto. También se sabía que la decisión de Jon de hincar la rodilla frente a Dany iba a producir rispideces con los Norteños, algo que vimos reflejado en la tensión imperante entre Sansa y Daenerys. Finalmente, sabíamos que Cersei no tenía intenciones de ayudar en la guerra contra los White Walkers, de modo tal que cuando Jaime compartió esta información con Daenerys al comienzo del segundo episodio no agarró a nadie desprevenido del otro lado de la pantalla.
2- Tiempo insumido en los reencuentros: la superpoblación de personajes en Winterfell motivó que se propiciaran múltiples reencuentros que, si bien eran necesarios (algunos incluso muy esperados), también insumieron porciones considerables de tiempo. Para que se den una idea, solamente en estos dos episodios se dieron más de 20 reencuentros, un número desmesurado para capítulos de cincuenta y pico de minutos. Así las cosas, se ocupó mucho espacio en escenas irrelevantes para la historia pero que, por otro lado, eran ineludibles.
3- Falta poco para el final: la sensación de relleno se ve alimentada por el hecho de que, argumentativamente, la serie no tiene mucho más para contar por fuera de la batalla final contra los White Walkers. La mayoría de los personajes ya tienen sus arcos resueltos y casi todas las líneas argumentativas ya fueron fusionadas con el plot principal (incluso la de Theon y Yara). En ese contexto, por más que se planteen nuevos conflictos (disputas por el poder entre Jon y Daenerys; tensiones entre norteños y Targaryens) parece poco probable que éstos se profundicen en el largo plazo. Además, al estar todo más o menos cocinado, hay personajes que directamente deambulan por Winterfell sin tener nada para hacer (Davos,Tyrion), lo cual contribuye a fortalecer esta sensación de relleno o de estiramiento narrativo.
Claramente, hay excepciones. Unos pocos personajes todavía necesitaban redondear su arco y, en ese aspecto, estos dos episodios “de relleno” vinieron de lujo. Estamos hablando de Jaime (cuyo juicio y absolución funcionó muy bien) y de Brienne, que al ser nombrada caballero finalmente obtuvo el tan ansiado reconocimiento que su personaje requería. Al margen de algunos detalles que no tuvieron mucho sentido, estas escenas funcionaron por las formidables actuaciones de Nikolaj Coster-Waldau y de Gwendoline Christie, que derrocharon calidad y sutileza para dos personajes que tanto en la serie como en los libros funcionan de modo especular.
4- Las expectativas estaban muy altas: Es evidente que los showrunners (David Benioff y D. B. Weiss) decidieron bajar un cambio en relación a la temporada pasada. Teniendo en cuenta que solo falta el desenlace, aprovecharon para poner el foco en los reencuentros, en los vínculos y en disfrutar al máximo a todos los personajes antes de la muy probable masacre venidera. Aunque esto fue agradecido por muchos fans, también fue repudiado por otra porción del público, dado que las expectativas después de dos años sin GOT estaban muy altas y seguramente se quedaron con gusto a poco.
Más allá de este debate, la calma que precedió a la tormenta en estos dos capítulos se terminará el próximo domingo. Esperemos que la batalla por Winterfell llegue sin tantas muertes dolorosas y con alguna que otra sorpresa. Esperemos, esperemos… pero tampoco esperemos tanto, porque a la expectativa desmedida le suele corresponder una frustración desmesurada.