Porque esto es África
Sólo al final de la película, una vez que funde a negro y que hemos asistido a su última imagen, podemos finalmente experimentar el sentido completo. Eso que se ha ido construyendo a lo largo del relato confluye finalmente en ese plano, esa mirada, esa última imagen que tiene cifrado ese recorrido que hicimos junto a los personajes a lo largo de la película.
Sólo al final entonces, estamos en condiciones de volver a la primera secuencia de la película y volver a transitarla. Inicio y fin se vinculan ahora de otra manera. Todo eso que experimentamos al final, está presente de alguna manera, en esa escena inicial.
La escena final de Matrimonio por conveniencia (Green Card 1990, Peter Weir) transcurre en el mismo lugar en donde inicia. La cafetería Afrika. Desde esa cafetería y desde ese nombre, Peter Weir armará el entramado simbólico que unirá a sus personajes y a través del cual proyectará además, uno de los ejes centrales que atraviesa su filmografía.
Adentrémonos en África entonces. La película inicia con los sucesivos planos de un muchachito negro que golpetea con fuerza, casi en trance, un tacho de pintura que hace de tambor. La primera impresión es que estamos en medio de la selva, sentados a la ronda de una tribu; pero no es así. La ronda la realizan los transeúntes newyorquinos que escuchan por un ratito y dejan sus monedas al muchacho. Brontë, que está comprando una flor blanca en el mercado, se siente momentáneamente capturada. El sonido del tambor nos lleva junto a ella hasta la cafetería ya nombrada. Allí esperará impaciente a Georges, el francés con el que realizará el matrimonio por conveniencia del título.
Veamos como aquí se plantean una serie de elementos que se despliegan luego, simétricos, en la secuencia final: el muchachito negro que toca el tambor, el café que se llama Áfrika, el mesero negro –o afroamericano- no son más que una proyección del mismo Georges. Está bien, Georges es francés, pero representa sintéticamente todo lo oscuro, lo oculto y desconocido. El misterio. O al menos así lo ve Brontë. Lo salvaje, lo indomable, lo bestial. Eso que fue una vez África, y que ahora ha sido domesticado, amalgamado, desacralizado. África, lo negro, lo tribal, ahora es parte del mercado: una cafetería, un taxista también negro, el mesero o un chico que toca el tambor por unas monedas. Ya no toca su tambor como parte de un sagrado ritual. Sin embargo y gracias a Peter Weir, su tambor nos abre la puerta a ese rito iniciático que será el encuentro, casamiento, separación y boda verdadera entre Georges y Brontë.
Georges viste de oscuro a lo largo de toda la película. Pero su negro es definitivo en la escena final. Así lo negro de África se hace carne en Georges, que en su piel blanca lleva tatuados los símbolos tribales de su juventud. Georges ha sido iniciado en lo secreto, pero esa iniciación no está completa hasta que no conozca al verdadero amor. Y ese amor es Brontë, que es su opuesto y su complemento.
Así como Georges se completará sólo cuando se case con Brontë, el amor que surge entre ambos, es gracias a esos conocimientos sagrados que Georges tiene. Georges se transformará en marido de Brontë sólo cuando ella acepte ser iniciada en eso secreto que Georges le va revelando. Con un gesto, con una mirada o una frase: “siempre recordaré Áfrika” le dice Georges, refiriéndose al bar en donde se conocieron. Ó “te quedaba mejor el pelo suelto”. En esos detalles que parecen menores, Georges va mostrándole un camino a Brontë. Camino que ella reconoce sólo al final, cuando parece que lo ha perdido.
Georges rescata entonces a Brontë de una vida vegetariana, no porque le indique como comer carne. El vegetarianismo de Brontë representa todo lo anodino y vacío de una clase media burguesa que vegeta en una ciudad que se devora a si misma. El amor de Brontë por las plantas y su deseo de tener ese invernadero –green house- no son más que un reemplazo liviano de todo lo que Georges representa y finalmente logra enseñarle a Brontë.
Así dos veces se casan Brontë y Georges. La primera vez por conveniencia, en el registro civil de esa ciudad que intenta domesticar eso que se oculta en lo oscuro, pero que atrapado de una manera, se escapa de otra. Y la segunda y final, en una boda ritual, en donde esos anillos que circulares circularon durante el relato, ahora vuelven a ser las alianzas originarias que sellan el amor verdadero.
Entonces, en el inicio está el negro hacia el cual tiende el film. Y también está el blanco de la flor de Brontë. Y el rojo, en la flor que lleva en el ojal el amigo común que los presenta. Negro y rojo se encuentran además en los azulejos que decoran la cafetería. Así la tríada negro, blanco y rojo simboliza el pasaje de una boda a otra. La flor roja -rojo sangre- anticipa el sacrificio final. Georges y Brontë no podrán estar juntos. Deberán sacrificar ese amor, vivirlo a la distancia, por carta, hasta que hayan pagado por su pecado original -así funciona dentro de la economía del relato-: la mentira.
Todo confluye entonces en ese pasaje final de anillos y besos.
Y no nos olvidemos del verde. Green card es el nombre original de la película. Green house es como se nombra en inglés al invernadero de la casa que Brontë puede alquilar gracias al matrimonio por conveniencia. No en vano hay un juego de palabras. El verde –green- es el color de Brontë, hasta que empieza a convivir con Georges. Verdes son sus plantas, sus vestidos y arreglos. Ese invernadero es una forma más de domesticación de lo salvaje. Allí entre sus plantas, Brontë tomará una fotografía de Georges en la “selva africana”. Al final, cuando Georges le confiesa a Brontë de su error ante los empleados de inmigración, le dice que ella puede quedarse con su invernadero, pero a ella ya no le importa. Georges la ha salvado de esa vida verde.
Pero volvamos a la escena inicial. Brontë sentada en la cafetería, mira a través de la ventana hacia Georges, que le devuelve la mirada desde afuera. Allí esa ventana los separa. Es esa barrera la que tendrán que flanquear para unirse. En la escena final esas miradas se repiten. Exactos planos, exactas actuaciones. Pero ahora el sentido es diferente. Y esa ventana que los separaba al inicio –representando esa distancia, esas diferencias- ahora los une. Brontë y Georges corren para abrazarse, saben que es la despedida. Pero ahora la ventana ya no los separa; y aunque Georges tendrá que volver a Francia, la distancia los une.
Inicio y final simétricos -tamaños de planos, actuaciones, colores- establecen entonces un lazo constructor que nos conduce a experimentar ese sentido.
Y esto es sólo una puerta de entrada para recorrer los misterios que nos regala Peter Weir a lo largo de Green card. Hay muchos más. Los invitamos a descubrirlos.
Por Melina Cherro