Me casaré contigo
ENCIERRO
Una serie de planos generales aéreos nos ubican en ese espacio abierto que es la edificada ciudad de Buenos Aires, como una gran colmena repleta de edificios y de personas ignotas que habitan la ciudad. Son tal vez unos pocos planos, que a pesar de los edificios nos permiten ver el cielo, porque lo que sigue a continuación es encierro.
Paulina Figueroa (Zully Moreno) vive enclaustrada en su pequeño pero selecto departamento. De su departamento cerrado, al subte abarrotado para finalmente arribar a la asociación de mujeres –puritanas y pacatas- a la cual asiste silenciosa y cumplidoramente. Luego, se trasladará al Tigre para casarse por arreglo con Hugo Morán, un misterioso hombre que solicita esposa en un extraño aviso de un diario.
Y si la acción se traslada al Tigre, espacio que a primera vista puede parecernos abierto y despejado, es por el contrario para continuar con el encierro, aunque Paulina solo lo entienda al final, cuando descubra en la leñera al cadáver encajonado, de su amiga Agatha.
Carlos Hugo Christensen diseña una película de aislamiento, trabajando cada espacio como si fueran islas, aprovechando el espacio real isla del Tigre para transformarlo en esa isla que refleja el encierro de Paulina. Los espacios que recorrerán los personajes, son entonces, parte de una construcción simbólica que remite directamente al título de la película, La trampa (1949).
Una frase del narrador, que nos introduce al relato, alcanza para construir un fuera de campo: Paulina Figueroa padeció a un padre autoritario que le coartó sus deseos e ilusiones juveniles, y la dejó convertida a los 25 años en una mujer miedosa, puritana y diez años más vieja de lo que en realidad es. Paulina no puede salir de su pasado, está entrampada en ese mundo que se ha creado desprovisto de un futuro luminoso. Y así es ella, opaca.
Encerrada en cada espacio en el que habita. Inclusive en ese matrimonio arreglado, aunque Paulina crea que finalmente se ha liberado. Pero es Agatha su amiga, su espejo, su doble la que la descubre en esa trampa, y ese descubrimiento la llevará a la muerte. Esa muerte finalmente es la que libera a Paulina. Y aquí nos adentramos en otro de los ejes que sostiene la puesta en escena de la película.
ESPEJOS
La trampa es un melodrama, que en su forma adquiere elementos fantásticos, parte del desarrollo de la transformación que finalmente sufrirá Paulina. Lo fantástico aquí se une al melodrama haciendo uso del mitologema del doble, que como venimos señalando, es raigal en el cine.
Agatha es la mejor amiga de Paulina. Comparten las educativas charlas de la asociación de mujeres, y pudorosas salidas al cine para ver películas de amores apasionados –muy de Hollywood, dice Paulina-, películas que Agatha elige mirar y se las presenta a la contenida Paulina con una excitación por la aventura. El cine les da a las amigas la pasión que aparentemente ninguna de las dos tendrá en su vida. Allí, en la asociación de mujeres, enmarcadas entre dos columnas blancas, enfrentadas especularmente, Paulina y Agatha se construyen como una, la misma y dos diferentes.
Recordemos aquí que el doble siempre implica una posibilidad, la posibilidad de ser otra versión de si mismo. Paulina y Agatha son dos posibilidades de lo mismo. Pero Paulina se casa en secreto, última esperanza, con Hugo Morán (el increíble George Rigaud) que como es de esperar, no es lo que parece. En apariencias, un solitario escritor que vive en una isla del Tigre, y que busca una buena mujer para casarse. Mujer que tenga una buena dote de dinero y que esté sola en el mundo. Y esa es Paulina a quién su padre le ha dejado una pequeña fortuna.
Hugo Morán no es inocente. Lo sabemos, alguien que pone un aviso en un diario buscando esposa con dote propia, no tiene buenas intenciones. Hugo Morán también vive atrapado por un pasado del que no puede escapar y que lo ha obligado a construirse una serie de mentiras que le sirvan para ocultar ese pasado. Ese pasado se llama Paul Deval: “seudónimo que usaba en Francia cuando publicaba” le dice con aparente inocencia a Paulina. Pero Paul Deval es el nombre de ese pasado oscuro de estafador, de sospechado asesino de mujeres, que lo perseguirá hasta el fin.
Hugo Morán/Paul Deval es además una proyección del padre de Paulina, que extiende el encierro paterno tras el manto de un marido amable y gentil. Poco a poco Paulina se descubrirá sometida a ese hombre que dispone de su vida. Paulina no tuvo el valor, el coraje de enfrentar a su padre. ¿Podrá finalmente enfrentar al señor Morán?
Así, frente a lo obvio, lo esperable -¿el clisé?- descubrimos una estructura, un recorrido simbólico que si no fuera por esos clisés, esos lugares comunes y hasta subrayados, no sería posible. Necesitamos del lugar común para poder operar simbólicamente. Si la primera historia está resuelta rápidamente, lo mitopoético se construye operativamente.
Entonces el viaje que emprende Paulina intentando despojarse de esa mujer que la tiene atrapada, es para sumergirse cada vez más en lo profundo de ella. La casa que habita su marido, dicen, es acechada por el fantasma de una mujer que murió ahogada en la laguna que limita la casa. Primero en tren y luego en lancha, atravesando el río hasta el otro lado. Paulina pasará los límites de un mundo –lo urbano, lo organizado, ordenado- para encontrarse finalmente, con lo otro, lo desconocido, los fantasmas y por qué no, finalmente el amor.
Es así como Christensen estructura una serie de simetrías que nos permiten establecer hilos entre escenas y anudar la transformación completa de Paulina. El mitologema del doble se despliega, además de lo ya mencionado, gracias a los espejos que adornan la casa de la isla, llamada “La Quimera”. Cuando Agatha visita a su amiga para conocer a ese misterioso hombre que la ha copado, Paulina queda frente a un espejo, pero el reflejo que encontramos es el de la visitante. En ese reflejo Agatha se aparece fantasmal, es el pasado que la persigue a Paulina, esa posibilidad de ser, el consuelo de no estar sola.
En la noche de bodas, Paulina se deshace de su correcto traje urbano, de señora intachable, para vestir un ligero vestido blanco –que podría ser también un sensual camisón para la ocasión- dejando que Hugo –y nosotros con el- descubra su rubia, larga y sensual cabellera (esa que debe haber hecho famosa a Zully Moreno). Así, de la noche a la mañana, parece haber liberado a esa mujer atrapada. Paulina parece libre, amada, deseada y ella se permite desear también. Enmarcados en el fuego de la chimenea, que quema los leños vigorosamente, los recién casados se besan con pasión, sin antes hablar de dinero, que es claro está el motivo escondido del señor Morán.
Ese vestido blanco de Paulina se proyecta simétrico con la sábana, también blanca, que para ella será el fantasma que atormenta la casa. El fantasma de esa mujer –una esposa- que murió ahogada trágicamente. Ese fantasma es su otra posibilidad. La misma Paulina le propone a Hugo el fantástico argumento para una posible novela –recordemos que Hugo Morán dice ser escritor- proponiendo las desventuras de una mujer que viaja al Tigre para casarse con un misterioso hombre que la matará para quedarse con el dinero de su dote. Entre el posible argumento y la sábana blanca que hará de fantasma –en manos del propio señor Morán- se debate otra de las posibilidades de Paulina.
Allí en el Tigre, Morán tiene unas vecinas, dos amables solteronas que acosan a su vecino intentando que las visite. Con la llegada de Paulina a la isla, a Morán no le queda más opción que aceptar la invitación de las señoras, y el matrimonio asiste a cenar. Las dos solteronas hacen espejo con Paulina y Agatha. La señorita Martín y Josefina –nótese que a pesar de ser señorita su apellido es un nombre masculino completando así una pareja despareja- son dos mujeres que viven juntas, mujeres mayores, una proyección posible del posible destino de Ágatha y Paulina.
Pero también las dos solteronas podrían ser otra cosa. Ellas cuidan a una perra, Cecilia, que en medio de la cena da a luz a sus cachorros. Allí, en esa casa de mujeres, la fertilidad tiene lugar. Aunque sea en un animal. Las dos solteronas que no han tenido hijos, cuidan amorosamente de Cecilia, que parece una más. Mientras el matrimonio entre Paulina y Hugo, será un matrimonio estéril. Sólo al final con la muerte de Hugo la fertilidad aparece. Esa muerte y la de Ágatha, son las que dan vida finalmente, a una nueva Paulina.
En definitiva, las solteronas, son las tías de Mario Casares, el gendarme que cuidará de Paulina y que será el amor que ella estaba esperando. Es él, el que descubre en Paulina el espíritu valiente que vive en ella. Mario no duda en compararla con el fantasma que supuestamente habita la isla en la que viven los Morán. Es Paulina el espíritu que durante un tiempo habitó esa casa –así lo dice Mario- y que recordarán los vecinos. Lo que Paulina no sabe, es que lo que quedará en esa casa es su antiguo ser. Esa mujer que según creía no tenía valor alguno, ni espíritu de aventura. La Paulina que saldrá a la luz, del brazo de Mario es una Paulina llena de valor, lista para enfrentarse al mundo.
No olvidemos además, que Paulina y Mario se conocen en un lugar cerrado. En una cabina telefónica, apretados, incómodos. Paradójicamente ese encuentro será el que le permita a Paulina salir, en definitiva, a lo abierto.
NOMBRES
Cuando analizamos la puesta en escena de una película, tenemos la delicada tarea de interpretar los elementos que están puestos en juego para construir los distintos significados. Hablamos de simetrías, del uso de los colores, del uso de los espacios y también de los nombres. Los nombres encierran un sentido, esconden en su origen datos que sirven para construir lo esencial de los personajes.
Unos párrafos atrás señalamos el doble sentido que tiene llamar a un personaje Señorita Martín, con el contenido femenino y masculino a la vez. Veamos ahora como están usados otros nombres en la película.
Agatha es nombre griego y su significado es bondadosa. En este caso podríamos pensar que la naturaleza de Agatha lejos está de bondad alguna. Aquí, la amiga de Paulina, es celosa y envidiosa; ve en Paulina eso que desea y que no puede tener. Al descubrir que Paulina cayó en la trampa de Hugo Morán, Agatha sufre un ataque de histeria y nervios que la alejan más aún de una acción bondadosa, en este caso, intentar salvar a su amiga Paulina. Podríamos pensar que la elección del nombre aquí es para construir al personaje por oposición.
Agatha también es el nombre de una piedra. Antiguamente los egipcios y los alepinos vinculaban las ágatas con los ojos, su forma se parece a pupilas rodeadas de iris y las usaban como ojos para las figuras de los dioses. Agatha es la mirada que Paulina no tiene, ella ve quien es Hugo Morán en verdad, sin embargo es una mirada inútil y que es cegada prontamente por el propio Morán, al ser descubierto.
La isla en la que vive el matrimonio Morán, se llama La Quimera nombre del monstruo de la mitología griega. La utilización aquí es perfecta. La señora Salcedo, encargada de la limpieza de la casa, dice en dos oportunidades que no podría quedarse a pasar la noche en esa casa. Su mirada refleja el horror de la que ha sido testigo silenciosa. Es la casa en la que habita el fantasma de la esposa muerta. Es la casa de Hugo Morán, un asesino de mujeres, un monstruo. Paulina Figueroa realizará su verdadera transformación una vez que pueda vencer a esa Quimera que tiene su corazón escondido en la leñera.
Si Hugo Morán es esa casa monstruosa que se llama Quimera, Mario Casares es La Casa. Aquí el sentido se oculta en su apellido, está así señalado: Casares – es Casa. Es finalmente lo que Paulina fue a buscar y que además es parte de la construcción simbólica de la película.
La casa en la que vive Paulina al comienzo de la película es la no-casa. Un departamento arreglado pero sin alma, solitario, un lugar de paso. La casa de matrimonio es la Quimera, lo monstruoso, como ya hemos mencionado. Hay una tercera casa, la que Paulina pretende comprar con su dote, tratando de huir de la Quimera. Esa casa se llama Las Lilas, la flor que también se llama flor de liz o azucena y que universalmente simboliza lo femenino, la pureza y la resurrección, pero no será aquí donde resurja Paulina. Paulina se encuentra aún en un estado de inocencia. Ya ha visto al fantasma en la Quimera, pero se ha creído el cuento de Morán, que le ha dicho que fue Agatha celosa y despechada, para hacerle un chiste de mal gusto. Paulina todavía no ve la verdad. Sigue suspendida en ese estado de inocencia, creyendo que en Las Lilas será feliz con Morán. Sólo encontrará a su verdadera casa –ya no una edificación, un espacio físico sino a un hombre- una vez que entre en la leñera y asesine allí –simbólicamente- al corazón del monstruo, Hugo Moran ese monstruo que es hombre-casa, para dar lugar a ese otro hombre-casa que es Mario Casares.
Por último, Paulina es un nombre también de origen griego, que significa la pequeña que tiene grandeza. Con una sola palabra, un nombre propio, se define a un personaje en su total periplo, desde el inicio y hasta el plano final de la película. Paulina comienza como una mujer pequeña, inocente, infantil. Pero encuentra su grandeza para finalmente ser parte de esa gran casa que es la pareja, el hombre y la mujer.
Si alguna duda cabe, basta con contar la cantidad de veces que se dice la palabra casa a lo largo de la película y la forma en que ambas casas – La Quimera y Las Lilas- son tratadas formalmente. La quimera es un eje vertical, señalando así la irrupción de lo otro. Las lilas es una construcción horizontal que remite a las viejas casas coloniales, esa horizontalidad señala la continuidad de ese estado de inocencia en el que está Paulina.
MUSICA
La música de la película estuvo a cargo de George Andreani. Christensen debe haber vivido la musicalización de este hombre -al que padeció en muchas de sus películas- como Paulina al fantasma de la Quimera.
Lamentablemente, la música de Andreani molesta cada vez que suena. Subraya, resalta, es obvia y de mal gusto. Evidentemente a Christensen se lo imponían. Si entendemos que la puesta en escena de la película está cuidadosamente pensada, que cada elemento está allí para cumplir una o varias funciones narrativas, dramáticas y simbólicas, no podemos suponer que la música de Andreani haya sido parte del diseño de Christensen.
Algo parecido podemos decir sobre la actuación de Juana Sujo –Agatha-, sobre todo en el momento de mayor terror de Agatha, cuando descubre la verdad. Aquello que debía ser algo aterrador, ambiguo y siniestro se transforma en un horrible ataque de histeria que por suerte para todos termina muerto en la leñera.
Evidentemente en Lumiton estas cosas podían pasar, algo del control, de la eficacia se les escapaba y así el recorrido que hacemos en La Trampa por momentos se nos vuelve fallido.
Si bien Zully Moreno no se destacaba por sus capacidades de actuación, su presencia en la pantalla es tan potente que le perdonamos alguna mueca. Damos gracias a la presencia de Jorge Rigaud y Carlos Thompson, grandes actores de cine y hermosos los dos, cada uno en su estilo. Sin su presencia La trampa no funcionaría como funciona.
Pasado este trago amargo, que no podíamos dejar de señalar, continuemos con lo nuestro.
MENTIRAS
La trampa es una adaptación de la novela “Algo horrible en la leñera” de Anthony Gilbert. La leñera es el lugar en donde se supone, Hugo Morán pasa sus horas escribiendo. Paulina tiene prohibida la entrada al recinto “hasta que termine la novela” según le pide su marido. La leñera, entonces, construye un fuera de campo. ¿Qué esconde Hugo Morán en la leñera? Como dijimos, la leñera es en algún sentido, el corazón de la Quimera. Allí yace el cuerpo sin vida de Ágatha que ha descubierto la verdadera identidad de Hugo Morán y que muere para no develarla.
Cuando finalmente Paulina entra en la leñera, es para enfrentarse a ese monstruo que la tiene cautiva. Monstruo de varias caras: la de Agatha, su doble que la arrastra a esa soledad de la que Paulina escapa. La de Hugo Morán que la quiere por su dinero y que le ha tendido la trampa. La de su padre, el señor Figueroa, que la ha encerrado en una caja para que sea siempre una niña inocente.
Allí en la leñera Paulina mata en definitiva a Hugo Morán. Lo mata simbólicamente, lo mata dejando de ser esa pobre niña inocente. Le hace creer a Morán que lo ha envenenado haciéndole tomar un té con veneno para hormigas. Dejamos para el espectador la tarea de analizar cómo están construidos en la puesta en escena el té y el veneno para hormigas.
Recordemos aquí que Morán/Deval se encuentra con los franceses que lo extorsionan y que conocen su pasado, en un aserradero.
Decíamos que lo mata simbólicamente porque no es verdad que Paulina lo envenena. Ella inventa esa posibilidad, cual heroína de novela, y logra que Morán entre en pánico. Paulina huye de la leñera y para siempre de ese pasado, deja su fantasma en la isla, deja el cuerpo sin vida de Agatha. Paulina es ahora una mujer nueva. Morán muere finalmente gracias al disparo certero de Mario Casares que se lleva a Paulina, tomados del brazo saliendo finalmente a la luz del día.
Al inspeccionar el cuerpo sin vida de Hugo Morán/Paul Deval y comprobar que Paulina no envenenó a su marido, el médico concluye “la mentira una vez más, es la mejor arma femenina”. Valdría la pena sopesar quién miente más a lo largo de la película, si Morán o Paulina, y quién miente de manera más efectiva y para qué. Y entonces recordemos lo dicho a cerca de Paulina y el significado de su nombre para cerrar con la última frase de la película, una vez más en boca del médico: “Creame Torres, el sexo débil es el más poderoso del planeta”.
Por Melina Cherro