Todos tenemos un secreto
(Atención, este artículo contiene descripción de las escenas de la película)
“La comedia es, como ya hemos dicho, la imitación de caracteres bajos y de personas de calidad moral inferior, no ya en el sentido general de lo malo sino sólo en lo que respecta a los atributos risueños de lo considerado éticamente indigno.”
(Aristóteles. Poética. Buenos Aires: Quadrata Editor, 2002)
Si en las películas de Kasdan uno de los temas centrales es el de la segunda oportunidad, es porque el recorrido que hacen sus personajes es en busca de esa otra oportunidad, de esa otra vida. Y así lo sentimos –y vivimos- los espectadores cuando vemos French kiss, I love you to death o The accidental tourist, por nombrar algunas de sus hermosas películas.
La que nos ocupa en este texto es tal vez la menos conocida Mumford (1999, L. Kasdan). En sus otras películas el tema está velado: el espectador va descubriendo y viviendo con el personaje el desprendimiento de ésa vieja vida frustrada o fracasada. Herido casi mortalmente, renace en una segunda vida, una segunda oportunidad en la que finalmente el protagonista puede encontrar su verdadero ser, su esencia y el sentido de su existencia. Sentido que está, como no podía ser de otra manera, en el encuentro (o re encuentro) del amor verdadero. En Mumford en cambio, no hay velo. Los personajes llegan a decirlo literalmente, textualmente: “Todos merecemos una segunda oportunidad”.
El joven Dr. Mumford es psicoanalista en un pequeño pueblo que lleva el mismo nombre. En esta extraña duplicidad -sospechosa por otra parte, recordemos que en el cine nada es casualidad si no causalidad– reside quizá el primer gesto. El Dr. Mumford oculta algo. Todos ocultamos algo, dice sin más. Hay una vida pasada, hay un doble de si mismo del cual nada sabemos pero que iremos descubriendo. Pero no es sólo eso, hay una pregunta más. ¿El Dr. Mumford se llama así por el pueblo o el pueblo se llama Mumford por el Doctor? ¿Quién ha creado a quién?
Recordemos que en la comedia se llega de lo más bajo a lo más alto. Los personajes son personajes degradados. Todos tienen sus vicios, sus pequeños pecados frente a los que el espectador puede sonreírse con cierta complicidad. Es así que el desfile de pacientes con sus vicios y sus fantasías nos presentan un pueblo patas arriba, que como en toda comedia sobre el final se reacomodará, con optimismo, pero no necesariamente como esperamos.
No es de extrañar entonces, que la puerta de entrada a la película sea a través de la fantasía de uno de los excéntricos pacientes de Mumford. La música y las imágenes en blanco y negro nos sitúan rápidamente en una película de cine negro, pero con una puesta en escena degradada y literal. El protagonista lejos está de ser Robert Mitchum, es un marinero rubicundo y musculoso que baja de un camión destartalado y que con su relato en off nos desvía del policial a un relato casi erótico, pero el relato es interrumpido. El Doc ya no quiere escuchar más esa falsa película. Allí descubrimos la película real y otro de los temas sobre los cuales Kasdan va a pedirnos atención: el cine. Por si hiciera falta aclarar, Mumford dice de las fantasías de su paciente Henry que son “un poco anticuadas, de cuando eran más importantes los personajes y el ambiente”. Así nos aclara como hay que interpretar su película: “Mumford” es de esas películas un poco anticuadas, en donde los que importan son los personajes.
Todos los pacientes de Mumford sufren de alguna enfermedad producida por la sociedad de consumo: compradora compulsiva, anoréxica que quiere ser modelo de revista, fantasías eróticas con un doble imaginario, o un magnate de las computadoras que diseña una muñeca erótica. Producto del capitalismo positivista y productivo los pacientes antes que nada se sienten solos. Despojados de lo secreto, todo es visible, obsceno, comprable. Mumford los ayuda a descubrir que el secreto se encuentra en el otro, en el desconocido que puede ser aquél que amemos. Y si todos sus pacientes encuentran el amor verdadero o pueden deshacerse del falso, el doctor Mumford también y sólo así podrá resurgir.
Cuando finalmente el Dr. Mumford decide confesarse –aquí tal vez otro de los temas, el de la confesión- descubrimos que Mumford era el apellido de un compañero de la primaria que murió a los 6 años. Es la vuelta a la vida de alguien que está eligiendo volver a vivir. Eligió el nombre de ese niño muerto porque tenía una partida de nacimiento y ninguna historia de vida, estaba todo por escribirse. “Cuando vi en el mapa que había un pueblo que se llamaba así, pensé que era una señal”, dice Mumford. Entonces el Doc y el pueblo se crean mutuamente.
Nuestro enigmático Doctor tiene un pasado oscuro de drogas, sexo y corrupción. Para poder limpiar su alma y renacer no alcanza con cambiarse el nombre y curarse de la adicción a las drogas, hay un cambio esencial que el personaje deberá hacer, y ése cambio llega únicamente con el descubrimiento del amor verdadero.
En su vida pasada Mumford (con su otro nombre que nunca conoceremos) trabaja junto a Gregory como investigador de hacienda persiguiendo casos de evasión fiscal y en medio de su turbulenta adicción a las drogas se entrega a los brazos de Candy, la mujer de su compañero. La cocaína, Candy y un caso mal resuelto que termina con el trágico suicidio del hombre al que investigaban, hacen que Mumford se descubra en el espejo del baño con un rostro destrozado. Se mira enajenado y comprende que tiene que huir de allí.
Esta secuencia clave en la película es sin más la confesión que hace Mumford cuando necesita desahogarse porque hay algo más que le pesa. Más que haber engañado a todo un pueblo, lo que realmente esta afectándolo es el haberse enamorado de Sofie, una de sus pacientes.
En ése descubrimiento reside el cambio, la transformación alquímica que realizará Mumford. Sólo en la unión con Sofie, Mumford podrá alcanzar su nueva vida, su nuevo ser. Veamos como Kasdan construye esta idea.
Sofie y Candy están presentadas desde la puesta en escena como dobles simétricas y opuestas. Mientras que Sofie sufre de una depresión post divorcio y se presenta de día en el consultorio, vestida de blanco y pálida hasta los huesos; Candy es presentada de noche, vestida de rojo y vivazmente maquillada, de la mano de Gregory, su marido y socio del protagonista. A ambas se las descubre enmarcadas en una puerta y con primeros planos similares, reproduciendo el punto de vista de Mumford. Son además físicamente parecidas, rubias y con rasgos alargados. Una vez más la puesta en escena del mito del doble, que sirve para alimentar la idea central, el tema varias veces nombrado de la segunda oportunidad.
Mumford ya desde el inicio planea un tratamiento diferente para Sofie. Si a sus otros pacientes los atiende de manera tradicional en su consultorio con diván, a Sofie la lleva de paseo. Con largas caminatas, conversaciones y ejercicios, Sofie va volviendo a la vida. Y en ese recorrido empieza a sentirse atraída por su doctor, sentimiento que luego se cristaliza como amor verdadero y correspondido.
El camino de Mumford hacia su renacer está enmarcado por el simbolismo alquímico. Si la alquimia en el saber popular se conoce por la capacidad de transformar cualquier metal en oro, también deberíamos agregar que esto surge de los rituales de la fundición, y que implican no sólo un cambio material si no que implica además una transmutación en el alma. Esa transformación que implica la unión –fundición- con Sofie está señalada principalmente con los colores de su vestuario, colores que son señalados como parte ritual de los mitos de la fundición. En su primera aparición está vestida de blanco mientras que Candy, su doble, está vestida de rojo. Sofie pasará progresivamente del blanco al negro –y así estará vestida cuando finalmente Mumford le declare su amor- pasando antes por el rojo y el rosa, colores que son parte de la transformación alquímica.
Es en la figura de la mujer en donde está simbolizado el proceso alquímico. La mujer en el ritual es parte única y fundamental, es quién lleva el poder de la fecundidad.
No sólo el vestuario de Sofie nos da esos datos. Mumford gusta de salir a correr por los espléndidos paisajes de montaña que rodean al pueblo y mirar desde una terraza natural el pueblo bajo sus pies. Para estas expediciones lleva colocada en la frente una linterna, por –digamos- si se le hace de noche. Esta linterna nos remite directamente a la figura del minero. De esta manera Kasdan une a sus personajes.
Pero no solo Mumford y Sofie transformaran su vida. En la sociedad en la que vivimos la medicina y la psiquiatría son palabras mayores, profesiones que están vistas como lo alto junto con, por ejemplo, los abogados. Son grandes profesiones destinadas a salvar vidas. Pero no olvidemos que estamos en una comedia. El psiquiatra y la psicóloga del pueblo –los únicos hasta la llegada de Mumford- no son más que dos granujas, algo charlatanes que en medio de halagos y mutuas admiraciones, casi por experimento científico terminan siendo amantes. El Dr. Delbanco y la Dra. Scheeler están más preocupados por sus ombligos y por hundir a Mumford, que por sus pacientes. Mumford por su parte lejos está de tener algún tipo de título que lo acredite como médico y sin embargo es el único que sabe ejercer, porque sabe escuchar. Tal vez porque como él dice, “yo sé lo que es intentar superar un problema, es lo que la mayoría de la gente intenta hacer.”
Así es como mientras la Dra. Scheeler, resentida, lo denuncia para que lo investiguen desconfiando de las acreditaciones de Mumford para ejercer como psicólogo, el Dr. Delbanco decide sin más analizarse con Mumford deslumbrado por aquéllo que el Doc había dicho de que “todos tenemos un secreto”. Y este psiquiatra venido a menos no sólo oculta el tórrido romance con la Dra. Scheeler si no que además descubrimos que usa unas excéntricas botas de cowboy que nos sugieren sus mas privadas fantasías. Otra vez el imaginario cinematográfico al rescate.
Pero como es difícil que un secreto sea guardado por mucho tiempo, la verdad se descubre finalmente a través de un programa de televisión que realiza informes sobre extraños casos de desapariciones, resurrecciones y demás. Allí la enigmática desaparición de un joven inspector de hacienda, adicto a las drogas, es el bloque central del programa y todos en el pueblo descubren quién es en verdad el Doctor Mumford. Ahora que la máscara ha caído Mumford puede sincerarse con Sofie, que acepta al hombre que ama aún sin saber su verdadero nombre. Lejos de acusarlo, los pacientes se presentan en el juicio por fraude para defenderlo. Todos ellos de alguna manera han encontrado la cura en el amor, y es gracias al Doc que han encontrado a su pareja ideal. Pero Mumford debe cumplir una condena de 6 meses de prisión. Entendemos que no sólo debe pagar por la mentira, si no también por sus pecados cometidos en su otra vida.
Después de despedirse de Sofie, que promete esperarlo, Mumford se sube al patrullero que lo llevará hasta la prisión. Mientras se alejan del pueblo, el policía que lo conduce le pregunta si es psicólogo. Mumford lo niega, pero el policía insiste y sin dudarlo comienza a contarle sus problemas. Mumford sonríe. En esta comedia –como en las de Shakespeare- el protagonista descubre su verdadera identidad gracias a esa máscara que usó para esconderse. Ahora sí la transformación es completa.
Por Melina Cherro