Título Original: Aladdin; Origen: Estados Unidos; Año: 2019; Dirección: Guy Ritchie; Guión: Guy Ritchie y John August; Elenco: Will Smith, Mena Massoud, Naomi Scott, Marwan Kenzari, Navid Negahban, Nasim Pedrad, Numan Acar; Distribuidora: Walt Disney Studios Motion Pictures; Duración: 128 minutos; Estreno en Buenos Aires: 23/05/2019.
¿Lo bueno, si es viejo, es dos veces bueno?
Dicen los que saben que todas las historias ya han sido contadas y que las que creemos nuevas son las mismas historias de siempre pero recicladas.
Disney pareciera ser un defensor acérrimo de esta idea, ya que no para de estrenar remakes de sus propias películas, sólo que en versión live-action: lo hizo primero con Cenicienta (2015), después con La Bella y la Bestia (2017) y ahora le tocó el turno a Aladdín.
Todos conocemos la historia: Aladdín, un pibe pobre que se enamora de una princesa; un villano con ganas de dominar el mundo porque sí; un sultán que es un inútil; un Genio de la lámpara bastante histriónico que viene a rescatar a Aladdín de su pobreza; Aladdín que se salva pero, carente de conciencia social, se olvida de sus orígenes y comienza su vida de rico junto a la princesa; una princesa que se queda bien callada mientras un flaco que no sabe nada de gobernar un reino termina siendo sultán, lugar que le correspondería a ella si no fuera porque vive en una sociedad patriarcal y ella es mujer.
Menos mal que cuando la vimos éramos chicos y sólo nos quedó el recuerdo de la fantasía y la magia, ¿no?
Por suerte tuvieron el buen tino de traer a Aladdín al siglo XXI y “modernizaron” la historia: ahora tenemos al mismo pibe pobre pero con conciencia social; al mismo genio que viene a salvar a Aladdín (Mena Massoud) pero que es un poquito menos histriónico; un sultán menos inútil (aunque sigue siendo bastante inútil, la verdad); un villano que quiere dominar el mundo pero que tiene sus razones y por fin, una princesa empoderada (Naomi Scott) que no se calla más (y que lo deja bien en claro cantando a los cuatro vientos).
Para ser completamente sinceros, el cambio en la historia es bienvenido. Si bien a aquellos que crecimos mirando las películas de Disney no nos termina de gustar que hagan tantas modificaciones a las historias originales, es un cambio positivo para los públicos más jóvenes.
Otro gran acierto de Aladdín es que los actores saben CANTAR. Esto parecería ser un dato menor gracias a las maravillas que puede hacer la tecnología con las voces menos pudientes, pero la verdad es que hay mucha diferencia entre un actor que intenta cantar y otro que sabe cantar. El mejor ejemplo lo podemos encontrar en La Bella y la Bestia: no importa cuánto amemos a Emma Watson (nadie podría haber interpretado mejor a Bella), no sabía cantar y se notó. En Aladdín, todos los actores CANTAN (¡y cómo!).
Ésto, sumado a la puesta en escena, la coreografía y el vestuario al mejor estilo Bollywood, hacen de los momentos musicales de Aladdín un festival de colores vibrantes que es verdaderamente impactante.
Uno de los puntos más cuestionados de Aladdín y que recibió críticas negativas incluso antes de haber sido estrenada fue sin dudas, el Genio. Pero contra todo pronóstico y superando ampliamente las expectativas, resultó ser lo mejor de la película. Interpretado por Will Smith (Men in Black), obviamente no se trata del mismo Genio que hizo Robin Williams (porque intentar imitarlo habría sido un grave error), pero la verdad es que como «comic relief» está bien logrado.
De la dirección se encargó Guy Ritchie (responsable de las dos Sherlock protagonizadas por Robert Downey Jr.), un director con un estilo muy característico y claramente visible en Aladdín: fan de las cámaras ralentizadas, de la persecusiones con planos temblorosos y un humor un tanto absurdo. Todo esto hace que se pierda la fantasía y la magia a la que Disney nos tiene acostumbrados y por momentos, Aladdín pareciera ser una película de Guy Ritchie con algunas canciones.
Pero el verdadero problema que tiene Aladdín es el villano. La elección de Marwan Kenzari como Jafar no es la más acertada, ya que la actuación resulta exagerada, incluso forzada por momentos y poco creíble.
Para ir cerrando, las películas live-action de Disney terminan siendo una especie de armas cinematográficas de doble filo. No importa cuán buenas sean, nunca serán tan buenas como las originales. O mejor dicho, nunca estarán a la altura de los recuerdos que tenemos de ellas.
Y a pesar de esta necesidad que parece tener la industria del cine -Disney especialmente- de revivir y reversionar una y otra vez las mismas historias, quizás sea hora de poner la energía (y los enormes presupuestos) en crear nuevas.
Por Mariana Van der Groef