Cinismo para las masas
Fenómeno de masas global, las producciones estadounidenses rompen records de audiencia en todo el mundo despertando enfervorizadas adhesiones. Con el psicólogo Miguel Espeche analizamos los mensajes detrás de tanta parafernalia visual.
Por Lucas Germán Burgos
Lejos quedaron en el tiempo aquellos nobles héroes de los ’80 cuando comienza el boom de las series que congregan a familias enteras frente a la TV. Hasta los malos eran también un poco buenos por entonces y nos hacían reír con sus torpezas y planes desbarajustados por los Dukes de Hazzard, la Brigada A o el MacGyver que imitábamos en nuestros juegos de infancia.
Obviamente, el mundo cambió y mucho desde entonces. Los personajes íconos de las series que triunfan en la actualidad desde la tele hasta Internet, transitan su mundo tanto con sus noblezas como sus miserias a cuestas. Pareciera que ya no es tiempo de héroes. O a lo sumo, al no poder empatizar con aquellos, se los presenta ahora rehumanizados, vulnerables, llevando adelante sus vidas con sus quilombos, como nosotros. Más reales, dirán algunos.
“Posiblemente es hasta una reacción que se veía venir, como una reacción en contra de algo tan puro. Y en ese sentido hay una posibilidad de identificarse un poco más con ciertas ambivalencias y ciertas caídas y vueltas a levantar de la naturaleza de estos personajes” reflexiona Miguel Espeche.
Y si hay un rasgo denominador del Dr. House, el Walter White de Breaking Bad o el inglés Sherlock que promete nuevas temporadas es la inteligencia, racional por supuesto, pues estos genios capaces de hacer lo que nadie hace son paradójicamente un desastre en sus demás relaciones interpersonales. Lo que no deja de ser irreal, pues nadie bancaría a estos tipos en sociedad.
“Lo más parecido serían los Riquelme, entendés? Juega muy bien, es genial, entonces por eso se soporta. Pero son personalidades, los ídolos, que son sostenidos en condiciones muy artificiales. La sociedad tiene algunos íconos que muestra como modelos apetecibles pero que son claramente sostenidos con gran artificio, como pueden ser los ídolos del rock. Son personajes que en condiciones más o menos silvestres no podrían prosperar. Digamos, es una condensación escenográfica de atributos que tienen algunas personas, pero así tan condensados no serían digeribles por el cuerpo social” añade el psicólogo.
Podríamos denominar a estos personajes también como embajadores del sarcasmo que reina amplia y despóticamente en el humor actual.
“La manera del humor, ese sarcasmo, no se si es propio de los norteamericanos, tiene algo de violento y siempre queda alguien como tonto, alguien queda fuera de juego cuando hay sarcasmo. Es muy raro que se rían todos. Y tiene siempre esa cierta frialdad del lóbulo izquierdo, de la zona izquierda del cerebro, como siempre tiene un elemento lógico, punzante, agudo… Y el hecho de no tener respuestas rápidas y agudas dejan en orsai al 90% de la población, que todos nos quedamos medios pavos pedaleando en el aire cuando estamos en situaciones así medio apestillados. Son estas súper habilidades que tienen los nuevos héroes de las series” agrega Espeche.
Es evidente que esto que vemos como entretenimiento, como “desenchufe” de nuestras actividades cotidianas imprimen fuertes sesgos en el ideario social, algo que pocos se detienen a razonar en medio de la compulsión con la que están diseñados estos programas para entreteneros esa horita y dejárnosla a menudo picando mal hasta el próximo episodio. De ahí el surgimiento de unos personajes del otro lado de la pantalla no menos dignos de análisis, “los seriéfilos”; ávidos consumidores de series que darían la impresión de que el mundo se paraliza ante el final de temporada o de su serie favorita para, una vez que termine engancharse con otra y así sucesivamente, sino están siguiendo dos o tres programas en paralelo.
Y por supuesto de la misma manera que jugábamos a ser héroes de niños, ahora los personajes que se imitan son estos encantadores cínicos de ahora.
“Los chicos empiezan a hablar con el tempo de las series, los adolescentes empiezan a tener esas respuestas medias cáusticas… Pero bueno, es lo que nos tocó. Calculo que los que estaban dominados por los romanos les pasaría más o menos lo mismo.”
Claro está, nada de casual tienen estos rasgos comunes que podemos encontrar entre las diferentes historias. Estamos hablando de una industria hegemónica que mueve millones y millones de dólares en el mundo, de ahí la evidente repetición de fórmulas exitosas.
Las series más vistas de este año han sido la Game of Thrones que tanto fascinara a nuestra Sra. Presidenta, y la House of Cards que ha seguido más entendiblemente Barack Obama al reflejar el mundo de la política en los Estados Unidos, ambas con nuevas temporadas prometidas para el 2015. Curiosamente, las dos series retratan las luchas de poder dominadas en buena parte por caracteres ya sin ambigüedades, definitivamente oscuros y siniestros, los Lannister salidos de la ficción creada por George R. R. Martin, o el Frank Underwood protagonizado por el siempre impecable en su papel de cínico, Kevin Spacey. ¿Qué es lo que atrae el interés por estos despiadados personajes y sus historias de poder?
Miguel Espeche reflexiona: “Hay mucha curiosidad por saber qué es lo que pasa cuando uno llega a ciertas esferas de dominio sobre otros humanos. Aparte, el hecho de identificarse con personajes muy dominantes genera un momento de éxtasis identificatorio que hace que uno sea partícipe de ese tipo de situaciones de gran poder que contrastan posiblemente con lo que sea nuestra vida cotidiana y real, no tan poderosa diría yo. Una cosa que convoca mucho la atención es los desalmados. Generan enorme curiosidad, ver hasta qué punto se puede actuar sin alma, genera una suerte de fascinación. Inclusive a nivel sexual muchas mujeres se quedan fascinadas con tipos que están presos, por ejemplo. Hay como una fascinación con esos territorios límite, y yo creo que las series estas explotan muy bien ese tipo de territorios, desde universos que están muy lejos pero que sin embargo en algún aspecto nos podemos identificar, como es el juego del poder y los hombres de hierro, desalmados que están dominando al mundo por decirlo así, en una feroz competencia”.
¿Son al fin y al cabo estas series y personajes el reflejo de los tiempos oscuros que estamos viviendo?
“Yo no tengo duda. Porque vos fijate que por sobre la bondad se está poniendo un estilo de inteligencia. La bondad se ve como un juego de niños ingenuos. En vez de agregarle inteligencia a la bondad, por simplificarlo, los buenos huyen y empiezan a ganar los inteligentes, que hacen a veces cosas buenas, pero nadie sabe si es por casualidad o porque les pagan el sueldo para que hagan cosas buenas, pero no es algo que les sale del alma” opina el Lic. Espeche.
Ciertamente desde un punto de vista televisivo, hoy el drama narrativo se explota desde estas formas sombrías, lo cual no deja de ser un reduccionismo al igual que las malas noticias de las que abusan los noticieros a fin de llamar rápidamente la atención de los espectadores, con el foco puesto en esas realidades, se dejan de lado otras más positivas y optimistas, menos “pegadoras” si se quiere decir así en términos de rating.
No podemos dejar de lado el tan remanido aunque oportuno debate sobre el rol pasivo que suelen mostrar los televidentes ante todo aquello presentado desde artículos titulados como “la serie que hace furor en”. Sin duda hay algunas producciones sensacionales, que plantean unos dilemas súper interesantes, con menos éxito que las mencionadas, Fringe por ejemplo ha sido lejos de lo más avanzado a mi criterio que se haya visto en los últimos años.
Más allá de elecciones y predilecciones, lo que se propone simplemente es un consumo más responsable de las imágenes queremos llevar a nuestra mente antes de ir a dormir, con que clase de pensamientos vamos a abonar nuestra fértil imaginación cuando la pantalla se apaga y nos quedamos solitos con nuestra consciencia. En otras palabras, ante el arbitrio de las emociones astutamente movilizadas por los realizadores de estos programas, sensato es el de anteponer el de la razón entre tanto bombardeo mediático a la caza de las audiencias.
Lucas Germán Burgos
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Miguel Espeche
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