Llega a su fin la provocadora serie alemana de Netflix que a lo largo de tres temporadas combinó con inteligencia (y algo de cebades) viajes en el tiempo, misterios policiales, dilemas metafísicos y problemáticas existenciales. Semejante combo de pretensiones holísticas aumentaba las expectativas depositadas en el final, que de no resultar satisfactorio quizás hubiese condenado a la serie en su conjunto al naufragio, tal como ocurrió con tantas otras propuestas similares.
Ficha Técnica: Título original: Dark; Año: 2017; Duración: 8 episodios (60min c/u); País: Alemania; Dirección: Baran bo Odar (Creador), Jantje Friese (Creador); Guion: Jantje Friese, Baran bo Odar, Martin Behnke, Ronny Schalk, Marc O. Seng; Música: Ben Frost; Fotografía: Nikolaus Summerer; Reparto: Louis Hofmann, Anna König, Roland Wolf, Oliver Masucci, Jördis Triebel, Sebastian Rudolph, Mark Waschke Productora: Distribuida por Netflix. Wiedemann & Berg Television; Género: Serie de TV, Intriga, Drama, Ciencia ficción, Sobrenatural. Viajes en el tiempo.
Este texto contiene spoilers!
Cuando una serie (o película) construye tramas y problemáticas complejas que logran mantener alta la atención y las expectativas del espectador, el final se convierte en un aspecto decisivo.
Es decir, no basta con haber hecho las cosas bien (muy bien en el caso de Dark) en el planteamiento de la premisa y el desarrollo narrativo. Por supuesto, esas cosas son importantes, pero si los interrogantes que se edificaron durante tanto tiempo después tienen una resolución simplona, incoherente o fuera de contexto, es muy posible que la sensación final culmine en algo parecido a la decepción (sobre fino colchón de “hay que prender fuego todo” y suaves notas de “¡linchamiento en la plaza pública al creador de la serie YA!”).
Eso es lo que le pasó por ejemplo a Lost, que durante años prometió Branca y después terminó pagando con Fernandito Séptimo en mal estado.
Por suerte para el bueno de Baran Bo Odar (el germano responsable de esta locura transtemporal) el resultado final de Dark parece estar a la altura de las circunstancias. En esencia, se respondieron los principales interrogantes vinculados a la trama, se explicó de manera acabada y satisfactoria la mecánica de funcionamiento del multiverso de Winden y se redondearon algunas ideas que, como producto de las reiteradas vueltas de tuerca en el argumento, parecía que no iban a obtener respuesta.
En este sentido, confirmamos que el final es el principio y que el principio es el final (LOL), pero que ese Big Bang originario no estaba situado en el mundo de Jonas ni en el de Marta, sino en el del viejo Tanhaus, el inesperado protagonista de esta tercera temporada. Fue su deseo radical (y no el de Jonas y Marta) el que lo motivó a crear la máquina del tiempo para salvar a su familia, y fue esa decisión la que dio vida al bucle temporal en el que todo estaba condenado a repetirse eternamente.
No obstante, al cambiar el pasado, la línea temporal original se restableció y Tanhaus dejó de tener la necesidad de crear la máquina del tiempo en primera instancia, por lo que, paradójicamente, las realidades paralelas existieron eternamente en ese entrelazamiento cuántico y a la vez no existieron nunca, porque nunca fueron creadas. Pero entonces, en qué quedamos ¿existieron o no? La respuesta (con temor a equivocarme) es SI y NO, como el Gato de Schroedinger, vivo y muerto para siempre adentro de su caja. Lo sé, un quilombo lisérgico ¡e incestuoso!
En cualquier caso, lo interesante de este “error en la Matrix” es que resuelve una de las grandes disyuntivas de la serie en relación a si es posible cambiar nuestro destino o no. A la luz de los acontecimientos, es evidente que sí, aunque tal como se ve en la escena final, las cosas a la larga tienden a suceder de modo similar (Charlotte es la nieta biológica de Tanhaus, Hannah está gestando a Jonas, aunque su padre no será Mikkel sino Wöller, Peter no está con Charlotte pero sigue manteniendo una relación amorosa con Bernadette y todos en definitiva siguen odiando a Winden).
Por otra parte, si bien la mayor virtud de esta tercera temporada fue cerrar interrogantes, la extensa cantidad de tiempo invertida en este esclarecimiento sistemático terminó –por momentos- convirtiéndose en su mayor escollo. Por supuesto, no es una encerrona fácil de sortear, ya que sin esas constantes explicaciones sería imposible comprender no solo la trama general, sino también el hilo narrativo en cada capítulo particular.
Y, aun así, pese a todo este “telling” furioso, la serie requiere de un gigantesco esfuerzo de comprensión y concentración por parte del espectador, el cual puede resultar agotador (el/la que no haya rebobinado escenas al menos una vez por capítulo que arroje la primera piedra). Piénsenlo de esta manera: si estaban pensando en implementar rutinas hogareñas de ejercicio físico durante la cuarentena no hagan cardio, flexiones ni descarguen ninguna app; pongan Dark y empiecen a sentir al instante cómo sus neuronas empiezan a transpirar de desesperación.
Valga la aclaración: esto no es necesariamente algo negativo. De hecho, gran parte del atractivo en este tipo de propuestas (en la que podríamos incluir casi toda la filmografía de Christopher Nolan) es el desafío y la interpelación constante al espectador para que éste asuma una postura activa con respecto al relato, indispensable para seguir y comprender el juego conceptual que a cada paso plantea el autor.
Pero, en suma, esta tendencia a la sobre-explicación hace que los protagonistas estén permanentemente inmersos en discusiones meramente descriptivas sobre lo que está pasando, lo cual le quita tiempo físico a los capítulos para desarrollar la personalidad o motivaciones de los personajes. Recién en los últimos dos episodios la temporada abandona las vueltas de tuerca sin fin (algunas de ellas innecesarias) y se aboca a mostrarnos la salida del Laberinto de Ariadna hacia ese final catártico y liberador que tanto esperábamos.
Un aspecto destacable en Dark (además del casting de actores, la ambientación histórica, la cinematografía y el sostenimiento dramático de los conflictos que plantea) es el nivel de detalle con el que estuvo pensada y planificada desde el principio. Más allá de alguna crítica que se le pueda hacer al guión (que por momentos conspira contra la inteligibilidad del argumento) y de que el final nos guste más o menos, es evidente que Baran Bo Odar no dejó nada librado al azar ni tampoco quiso extender la serie más allá de lo necesario. Y esto, en un entorno mainstream en donde muchas veces las decisiones económicas eclipsan a las artísticas, es algo muy valorable.
En definitiva (y haciendo un balance), el gran final de esta serie no hace más que realzar y ponderar el aspecto atrapante y fascinante de su premisa provocadora. Esto es: animarse a pensar el tiempo (ese gran organizador inconsciente, intangible y sagrado que estructura nuestras vidas) de una manera diferente, deconstruirlo alterando sus leyes universales de funcionamiento y demostrando hasta qué punto nos es imposible concebirlo de una manera alternativa.
En efecto, el juego de seguir un argumento tan intrincado resulta apasionante porque justamente nos desafía a pensar las cosas de otra manera. Porque como rezaba la cita de Einstein en la apertura del primer capítulo de la primera temporada, “la distinción entre pasado, presente y futuro es solo una ilusión obstinadamente persistente”.
Por Juan Ventura